Los huaves de San Mateo del Mar ocupan una estrecha franja de tierra alrededor de las extensas y saladas lagunas que se abren en la costa meridional del Istmo de Tehuantepec, en el estado de Oaxaca. Se trata de una población de más de 10 6001 hablantes de lengua huave,2 que hacen de San Mateo del Mar el municipio con el 58% de la población total mareña.3 Asimismo, dicho municipio se ha caracterizado por ser depositario de una tradición que marca las fronteras socioculturales del grupo y que lo convierte en el centro virtual de la cultura huave. A diferencia del resto de los municipios huaves, San Mateo del Mar ha mantenido altos índices de monolingüismo, sin que su aproximación territorial hacia los enclaves políticos y económicos de la zona -particularmente el distrito de Tehuantepec y el enclave petrolero de Salina Cruz, que ha sido la ciudad con mayor índice de crecimiento en la historia reciente del estado de Oaxaca- se traduzca en un proceso de aculturación que suprimiría sus rasgos característicos.4 Aunque en las últimas décadas la población monolingüe ha descendido considerablemente, la lengua vernácula sigue siendo el vehículo privilegiado de comunicación y un elemento significativo de la identidad mareña.
Los huaves de este municipio ocupan un territorio dominado por grandes extensiones de tierra árida y arenosa, sometida a una extrema variación climatológica que oscila entre las largas temporadas de sequía y la continua amenaza de ciclones. Los cuatro meses durante los cuales sopla el viento del norte (octubre a enero) -azotando con fuerza las lagunas-, y los sucesivos meses de intenso calor y tórrida sequía, son suficientes para secar la zona casi por completo. Sin embargo, durante el verano (junio a septiembre) se precipitan las lluvias torrenciales que inundan el territorio huave y repueblan las albuferas con camarones y peces.5
A diferencia de la agricultura, que constituye una actividad marginal, la pesca se ha convertido en la base de una economía distintiva que hace de los huaves “los representantes de una original cultura lagunar”.6 En efecto, a diferencia de otros grupos costeros que viven el océano como un campo fértil e inagotable, los huaves no frecuentan el mar: sus técnicas de pesca han sido diseñadas para mareas menos turbulentas, más dóciles y navegables. De ahí que sus incursiones se limiten a las extensiones lacustres y a los pequeños esteros que se forman periódicamente entre la Laguna Inferior y la Laguna Superior.
El delicado ecosistema huave depende de la regularidad pluvial que determina el volumen y la salinidad de las lagunas y, por lo tanto, la capacidad de reproducción y crecimiento de los productos marítimos. Esto explica el porqué los huaves han hecho del agua (en sus manifestaciones marítimas, fluviales y pluviales) y de los elementos climatológicos, un centro de reflexión en torno al cual gira el sistema cosmológico, incluyendo los rituales públicos y la narrativa mítica.
El presente trabajo expone el modelo a partir del cual los huaves de San Mateo del Mar determinan el cómputo del tiempo, y la forma en que dicha fragmentación permite ordenar las distintas actividades comunitarias que van de lo cotidiano a lo económico y ceremonial. La observación de los fenómenos naturales que dan la pauta para establecer la medición del tiempo, y el proceso de interpretación simbólica al que se encuentran sometidos, han permitido integrarlos a la estructura global del universo como elementos de regulación social. De esta forma, podemos entender al sistema de cómputo del tiempo como un mecanismo para establecer las fronteras simbólicas dentro de las cuales se mueven los actores sociales. Narrar la historia de un objeto cotidiano, de sus técnicas, de sus formas, de sus usos, es la primera meta de nuestro trabajo.
Los datos utilizados para la elaboración de este planteamiento han sido recabados durante un extenso trabajo de campo desarrollado en la zona, entre 1998 y 1999. La importancia de presentar el resultado parcial de una investigación, no concluida aún, radica en el hecho de que trata acerca de un tema poco estudiado, sobre todo para la región de Oaxaca.
El calendario anual
Los huaves de San Mateo del Mar, que dedican su actividad económica básicamente a la pesca de camarón, tienen un complejo sistema de cómputo del tiempo, cuya fragmentación permite ordenar las actividades económicas y ceremoniales. En el primer caso, los puntos de referencia se obtienen mediante la concordancia de tres factores que regulan la escasez y la abundancia: el cambio de las estaciones, las fases de la luna y el ciclo del camarón, que ingresa en forma de larva a la Laguna Superior hacia el mes de marzo y crece con las primeras lluvias hacia el mes de junio. En efecto, aunque los huaves pescan durante todo el año, los principales meses de trabajo y captura de camarón corren de octubre a diciembre, cuando los nortes soplan y cesa la temporada de lluvias.7 Este periodo, llamado también de “cosecha”, permite que las actividades económicas se concentren con mayor intensidad durante la segunda mitad del año, mientras la actividad ceremonial decrece para reiniciarse durante la época de sequía.
La división entre una temporada de sequía y una temporada pluvial se superpone a una demarcación adicional, que establece la alternancia de dos vientos encontrados: el viento del norte y el viento del sur. El viento meridional, proveniente del interior del océano, desplaza las nubes de temporal hacia el continente, como preludio de las lluvias que se precipitan entre los meses de junio y septiembre. Su homólogo es el viento del norte que sopla con fuerza a partir del mes de septiembre, una vez que las últimas lluvias se han precipitado. A su paso deseca las lagunas y propicia la formación de dunas móviles, que arrastran en su lento caminar de norte a sur toda la vegetación. La época del vendaval delimita la corta temporada fría del año y constituye el preámbulo de los sucesivos cuatro meses de intenso calor. La conjunción del viento septentrional y las altas temperaturas, es en efecto suficiente para secar completamente el litoral durante los meses de marzo, abril y mayo, cuando los niveles freáticos de las lagunas impiden una cosecha abundante de camarón.
La lluvia y la sequía, aunadas a la presencia de un viento meridional y otro septentrional, permiten que los huaves conciban al año en cuatro segmentos diferenciados, cada uno de los cuales corresponde a un elemento natural distintivo. Estos segmentos pueden a su vez agruparse en dos mitades estacionales, que corren, aproximadamente, de marzo a agosto y de septiembre a febrero. Mientras la primera mitad está marcada por la presencia del viento del sur y la lluvia, la segunda se identifica con el viento del norte y la sequía. Los criterios de distinción se establecen en este caso mediante un principio de causalidad. El viento del norte, violento y frío, constituye el preámbulo de la temporada seca del año, provocando a su paso la aridez del litoral; el viento del sur, por el contrario, es el vehículo de las nubes que aparecen sobre el horizonte marítimo y que abren la temporada pluvial.
Sin embargo, a esta división, que fragmenta el año en dos mitades estacionales, se superponen los ciclos de actividad económica y ceremonial. Estos ciclos establecen un desplazamiento de las asociaciones causales que se establecen entre los vientos, la lluvia y la sequía, para formular nuevas correspondencias entre estos elementos. De esta forma, la época pluvial, que precipita el crecimiento del camarón, se asocia en este caso al viento septentrional, que favorece su cosecha. De forma análoga, aunque diametralmente inversa, la temporada de sequía y el viento del sur se convierten en el escenario de la vida ceremonial y agrupan dos segmentos del año que se encuentran disociados en el plano natural.
Los cuatro segmentos estacionales quedan de esta forma distribuidos en dos mitades que se clasifican bajo un criterio cultural, representados por las actividades ceremoniales que se concentran durante la primera mitad del año (enero-junio) y las actividades económicas que se intensifican hacia la segunda mitad (julio-diciembre).8
La lluvia de temporal y el viento del norte, que se ubican en la segunda mitad del año, constituyen elementos favorables para la actividad pesquera. Mientras la lluvia incrementa el nivel freático de las lagunas y permite el desarrollo de los crustáceos, el viento septentrional, que sopla del continente hacia el mar, forma las corrientes que facilitan su captura. La mitad del año que intensifica las actividades económicas se divide de esta forma entre un periodo de crecimiento de camarón y otro de cosecha, en una división temporal que se expresa a su vez durante el periodo de actividad ceremonial. Éste, en efecto, comprende dos momentos diferenciados. El primero abarca los meses iniciales de la sequía y cubre la temporada de Cuaresma que se extiende entre el Carnaval y la Semana Santa; el segundo, que arranca con el advenimiento del viento del sur y concluye con el inicio del temporal, comprende el ciclo de peticiones de lluvia que se cierra durante la celebración de Corpus Christi.
De la misma manera que la lluvia de temporal y el viento del norte son los elementos naturales que resultan necesarios para el desempeño de la pesca, la sequía y el viento del sur conforman los elementos simbólicos que hacen posible la actividad ceremonial. Signorini ha advertido que, ante una situación de variaciones climáticas extremas, los huaves dedican muchos esfuerzos al intento de lograr una sucesión equilibrada de las estaciones que garantice el normal desarrollo de sus actividades económicas básicas.9 Éstas requieren que la época de sequía no se prolongue más allá de los periodos acostumbrados y que el viento del sur desencadene oportunamente la precipitación pluvial. Las prácticas ceremoniales, llevadas a cabo durante la primera mitad del año, están por lo tanto destinadas a suscitar las condiciones climáticas que tienen lugar durante la segunda mitad, cuando la lluvia y el viento del norte aseguran el bienestar comunitario.
La división del año en dos mitades, correspondientes al desarrollo de actividades económicas y ceremoniales, establece a su vez un doble sistema de medición del tiempo. Si bien ambos sistemas se rigen por la observación del cielo y el registro del movimiento de los astros, son distintos los fenómenos que marcan la pauta para el desempeño de cada actividad. La pesca, tarea esencialmente nocturna, depende del ciclo lunar que determina las mareas, y por lo tanto incide sobre el comportamiento del camarón, señalando el tiempo propicio para su captura. Los mareños consideran el influjo de la luna como una expresión de la divinidad, y afirman que recoge las aguas para formar una especie de cresta en su centro, dejando así descubiertas las orillas, para liberarlas luego cuando la luna alcance la mitad de su camino, tanto por encima como por debajo de la tierra, provocando la marea alta. Siendo esencialmente lo que varía, la propia luna crea el tiempo, que no se puede comprender sin la ayuda de fenómenos variables. Cada ciclo lunar determina tres momentos que los huaves reconocen como los más favorables para la pesca. La ocasión más propicia se produce durante la sincronía del sol y la luna, intervalo del alba o del ocaso en el que uno sale por el oriente y el otro se oculta por el poniente. Los otros dos momentos se producen durante la luna nueva y la luna llena, que son a su vez indicadores de buena pesca, mismos que al combinarse con el viento del norte garantizan mejores efectos.
Así como las fases de la luna permiten dividir el mes en tres periodos de intensa actividad pesquera, las constelaciones, en una escala menor, operan como medidores del tiempo nocturno. Durante la época de cosecha de camarón aparece en la bóveda celeste la constelación que los huaves llaman roob “el soplador”; se trata de un conjunto de estrellas que corresponde al cinturón y la espada de Orión. Las fuentes coloniales registran esta misma constelación que, según Sahagún, era concebida por los aztecas como “palos para sacar la lumbre” y su conocimiento se ha conservado como parte del inventario astronómico de mixes y chinantecos, quienes la identifican, de forma análoga a los mareños, como “el soplador”.10 El movimiento que describe a lo largo del firmamento constituye, entre los huaves, el referente para fragmentar el transcurso de la noche. Si bien roob interviene durante esta época del año como un instrumento para el desempeño de las actividades económicas, existe a su vez una constelación homóloga cuya función se traduce en la regulación del tiempo ceremonial que corre durante los primeros meses del ciclo anual. En efecto, marquesand, compuesto por el trapecio de la constelación del Cuervo, ocupa el firmamento durante la época de Cuaresma, abarcando de esta manera el segmento del calendario estacional que corresponde al tiempo de sequía. Esta constelación marca las pautas de un tiempo ritual, dedicado principalmente a la propiciación de las lluvias.
En su amplio análisis sobre mitología de la América tropical, Lévi-Strauss constata la presencia del binomio Orión-Cuervo como dos constelaciones opuestas que, en sus diferentes representaciones a lo largo de la geografía, se conjugan para anunciar el transcurso de las estaciones. En este sentido, entre los huaves, la pareja roob y marquesand constituyen un significante privilegiado de alternancia de las estaciones a la cual está empíricamente ligado. Mientras roob marca el periodo de cosecha de camarón que antecede a la sequía, marquesand constituye el preámbulo de la temporada de lluvia. Estas correspondencias se expresan también en el plano ritual durante la celebración de la Semana Santa, a través de dos objetos sagrados: la tiniebla y el marquesand, que representan el binomio roob-marquesand. La tiniebla, que es un candelabro en forma de triángulo isósceles, se utiliza en la misa de tinieblas del Miércoles Santo, durante la cual se apagan cada una de sus velas para dejar la iglesia en completa oscuridad. Al amanecer se levanta en el centro del poblado el marquesand, que se representa como un rectángulo de madera adornado con lirio acuático. La extinción de la tiniebla y el levantamiento del marquesand establecen una correspondencia directa a la aparición encadenada de las constelaciones (roob y marquesand) y, por lo tanto, a la alternancia de las estaciones.
El análisis de la periodicidad diacrónica del ciclo anual, por un lado, y la organización sincrónica del cielo estrellado, por el otro, nos permiten establecer un código cuyo léxico está constituido por parejas contrastadas. Así, los dos grandes periodos de actividades económicas y ceremoniales se organizan bajo un sistema de cómputo del tiempo nocturno, repartido en dos constelaciones simétricas. De esta forma, roob delimita el periodo de cosecha de camarón que antecede a la sequía, y marquesand constituye el preámbulo de la temporada pluvial.
El ciclo de los vientos
Las épocas del año tienden a expresarse entre los huaves sobre un código de género que atribuye propiedades sexuales a los elementos naturales asociados. En el pensamiento huave, el norte y el sur constituyen un principio de diferenciación entre lo masculino y lo femenino, de tal forma que en el panteón se entierra a los hombres hacia el septentrión y a las mujeres sobre el eje meridional. En este sentido, la distinción entre un viento septentrional que proviene del continente y un viento meridional que procede del mar, establece una correspondencia análoga entre un viento que es considerado masculino y otro que se concibe como femenino. Por un lado, el viento del norte, que se caracteriza por ser frío y seco, se denomina con el término teat, mientras que el viento del sur, cálido y húmedo, se designa con el término müm. Éstas son las voces empleadas en la terminología del respeto para designar al hombre y a la mujer.
La oposición entre un viento masculino y un viento femenino permite establecer un sistema más amplio de correspondencias en donde teat ind y müm ncherrec adquieren un conjunto de atributos diferenciales que permiten distinguirlos como vehículos de factores benéficos o perjudiciales. Mientras el viento del norte es portador del frío y la sequía, y es por lo tanto el receptáculo de las injurias y las maldiciones, el viento del sur aparece como vehículo de la humedad y de las nubes y es objeto de la veneración y del respeto generalizado. La deferencia que se manifiesta hacia müm ncherrec es inversamente análoga a las injurias que se expresan a teat ind, asociado en el pensamiento huave a los remolinos que forman las almas de aquellos que murieron violentamente y a las enfermedades que propaga al inicio de la temporada estival. Al asociar a müm ncherrec con un periodo benéfico y a teat ind con una temporada perjudicial, los huaves parecen invertir las representaciones a las que estaban asociados el viento del sur y el viento del norte durante los últimos años de la Colonia. Los zapotecos del siglo XVI, según Torres de Laguna, estimaban que
Los vientos que más ordinariamente corren en esta villa y su provincia son norte y sur. Y, en tiempo en que el norte corre, es con mucha violencia y reina, desde mediado el mes de octubre, hasta el fin de febrero, y, en este tiempo, en esta villa y provincia está más templado y es sano. Y el sur, con el sudeste y poniente, corren lo demás del año. Y, con en sudeste, más que con otro viento, suele llover en esta villa y su provincia, y el sur se tiene en ella por húmedo y enfermo.11
La preeminencia del viento del sur sobre el viento del norte, que los huaves expresan actualmente, puede explicarse por dos razones paralelas y complementarias. Mientras la primera incide sobre un orden temporal, en el que el viento del norte anticipa la sequía y el viento del sur la lluvia, la segunda prefigura un orden simbólico en el viento meridional y adquiere los atributos de la Virgen de la Candelaria, al grado que los huaves suelen identificar al viento del sur y a la advocación mariana bajo el mismo término (müm ncherrec). Aunque las connotaciones nocivas que se atribuyen al viento del norte impiden que los huaves lo identifiquen con San Mateo Apóstol, patrono del pueblo, el orden de las celebraciones patronales establece una correspondencia entre dos series temporales que se organizan de acuerdo con tres momentos sucesivos. La primera serie establece una secuencia entre la fiesta patronal de San Mateo, el inicio del viento del norte y el advenimiento de la sequía, mientras la segunda se desarrolla en un orden de sucesión análogo, que va de la fiesta de la Virgen al inicio del viento del sur, y del vendaval a la apertura de la temporada pluvial.
El ciclo de los santos: el tiempo ceremonial
Las fiestas patronales, que tienen lugar a principios del mes de febrero y a finales de septiembre, se ubican en dos mitades opuestas del año y constituyen en ambos casos el preámbulo del viento del norte y del viento del sur, que inician al concluir las celebraciones de San Mateo y de la Virgen de la Candelaria, durante los meses de octubre y marzo. En el calendario local que las fiestas prefiguran, las celebraciones de San Mateo y la Candelaria constituyen un demarcador temporal que abre en un caso la temporada de sequía, y en el otro la temporada de lluvias. Mientras el primero antecede a teat ind, un viento masculino, la segunda precede la aparición de müm ncherrec, considerado por los huaves como un viento femenino.
La ubicación de las fiestas patronales en dos extremos opuestos del año coincide con la transición entre dos estaciones, de cuya regularidad depende el bienestar comunitario. Si bien la celebración de la Virgen de la Candelaria constituye el preámbulo del viento meridional y de las lluvias que llenan las lagunas desecadas durante los meses de estiaje, la fiesta de San Mateo precede la llegada del viento del norte, que favorece el desempeño de las actividades pesqueras. Esta distribución del año en dos segmentos diferenciados que corresponden a las oposiciones entre el viento del sur y el viento del norte, entre un fenómeno natural considerado femenino y otro clasificado como masculino y su asociación a las celebraciones de la Virgen y del apóstol, divide a su vez al ciclo anual en dos épocas distintas, consideradas en términos femeninos y masculinos.
Entre estos dos segmentos que se distinguen por una oposición sexual, precedida por las celebraciones patronales, se ubica un tercer elemento que opera como mediador simbólico y temporal. A medio camino entre la fiesta de la Virgen de la Candelaria, el 2 de febrero, y la de San Mateo Apóstol, el 20 de septiembre, se ubica la festividad de Corpus Christi,12 que cierra la época de sequía e inaugura la temporada pluvial.
La ubicación de Corpus Christi en un punto intermedio entre las dos celebraciones patronales corresponde no sólo a una mediación temporal sino también a una conciliación conceptual. Mientras que la Virgen de la Candelaria y el patrón San Mateo se vinculan por un código de diferenciación sexual que permite dividir al año en un segmento femenino y otro masculino, el Santísimo Sacramento que preside la fiesta de Corpus no se encuentra clasificado bajo estas categorías. En lugar de los términos teat y müm con que se designa a las vírgenes y a los santos que pueblan el santoral huave, el Santísimo Sacramento recibe el nombre de minajats Dios. Stairs y Scharfe traducen el vocablo minaj, raíz de minajats, como “el animal más grande entre sus compañeros, el animal que manda a los demás”,13 lo cual ubica al Santísimo Sacramento dentro de una categoría que no sólo escapa a las designaciones de género sino también a las categorías empleadas en la clasificación social.
En este sentido, Corpus Christi se define dentro de los márgenes de la naturaleza, y su posición con respecto a las divisiones temporales del ciclo anual permite concebirla como una celebración liminal que se ubica, en términos de Turner, “entre lo uno y lo otro”. Turner ha argumentado, en efecto, que las fases liminales de los ritos de iniciación constituyen la transición entre dos estados distintos. Estos estados pueden ser de carácter social o temporal, pero son siempre el producto de una clasificación que implica la presencia de límites simbólicos en universos que son por naturaleza continuos.14 Al situarse en el límite de dos periodos anuales opuestos, frente a los cuales cumple el papel de demarcador temporal, la celebración de Corpus Christi participa de los atributos de ambos, en la medida en que cierra la época de sequía e inaugura la temporada pluvial. Los huaves consideran, de hecho, que la primera lluvia de temporal se precipita durante los últimos días de la fiesta, en el momento en que se ejecuta la danza de omal ndiüc o cabeza de serpiente.
En un escenario dominado por la acción de los elementos naturales, el término de minajats Dios que define al Santísimo Sacramento como el “animal que manda a los demás”, determina el carácter central de la festividad de Corpus Christi como el regulador de las fuerzas naturales encontradas que se desencadenan durante esta época del año y se representan por medio de los diversos personajes bufones de la serie zoológica que caracterizan esta celebración. Así, la celebración de Corpus está dedicada a marcar la separación entre dos estados naturales diferenciados previendo, por un lado, el fin de la época de sequía y, por el otro, el arribo de las lluvias regulares y benéficas. Al mismo tiempo intenta conjurar los peligros no menos graves de las perturbaciones ciclónicas que provocan inundaciones terribles. Se trata, entonces, de la mediación entre una lluvia benéfica que alimenta las lagunas y favorece la reproducción del camarón, y un agua torrencial que amenaza con desequilibrar el sistema.
En este sentido, observamos que el calendario ritual se superpone a la sucesión de las estaciones, incorporando una marca social al ritmo de la naturaleza. El sol limita los días, las fases de la luna limitan un periodo estable; los movimientos de ambos describen en el espacio un ciclo de larga duración que establece la distribución de las estaciones a lo largo del año y mide el conjunto de las fases de la actividad económica y ceremonial. La primera medida del tiempo está, por lo tanto, ligada a prever la aparición del sol y de la luna que permite pronosticar el comportamiento de la lluvia y la sequía y organizar la continuidad de los medios de supervivencia de la comunidad. Los astros se convierten en los elementos esenciales del calendario social, en la medida en que los ciclos naturales del tiempo se confirman a través de ellos.
Situada en una fecha próxima al solsticio de verano, la posición del sol durante la mayordomía de Corpus Christi adquiere un fuerte significado. Por un lado, el Santísimo Sacramento, que preside esta fiesta, ha tomado la forma de una hostia rodeada de rayos solares. La exaltación de la imagen solar conlleva a la estricta observancia del movimiento del astro, que determina las pautas del tiempo ceremonial. Éste se rige por dos momentos fundamentales: el ocaso y el cenit. Mientras el ocaso determina el ocultamiento del sol, el cenit marca una pausa en el transcurrir del tiempo diurno, ya que el astro “se detiene” a mitad de su camino, abriendo un capítulo en el tiempo en el que peligra el orden habitual de las cosas.15 La analogía entre el movimiento del sol y la intensidad de la actividad ceremonial, revela el carácter de indicador temporal que reviste a esta celebración.
En este sentido, las representaciones del sol entre los huaves transitan entre el factor que establece el continuo transcurso del tiempo diurno, hasta la divinidad que instituye el orden cotidiano, y adquiere, en esta dimensión, el carácter de eje simbólico. Al ser considerado la manifestación de la divinidad, su naturaleza se ve afectada por los momentos de transición, como se expresa a su vez durante la Semana Santa, en donde la muerte de Cristo suscita la opacidad del astro solar que caracteriza a esta época.16 Así como el detenimiento del sol al mediodía es percibido como un paréntesis en el orden social, la Semana Santa representa una época especialmente delicada y peligrosa por la ausencia de elementos ordenadores. Si bien la representación de la vida de Cristo marca la secuencia del ritual, la ruta que describe el sol durante el día marca a su vez el ritmo que deben seguir los momentos rituales, estableciendo una coyuntura entre dos ciclos análogos que expresan una misma metáfora: vida, muerte y resurrección, que se manifiestan en la sucesión entre el ocaso y el amanecer, la lluvia y la sequía, la abundancia y la escasez, y constituyen el fundamento del orden universal.
Ya que la alteración del orden habitual ocasiona una fractura en el transcurrir del tiempo ordinario, la importancia de marcar esta fractura resulta inminente. En este sentido, la Semana Santa y Corpus Christi establecen una analogía entre dos periodos ceremoniales que se encuentran ubicados en el momento de transición entre dos estados diferenciales. Mientras la Semana Santa exalta la problemática de la renovación cíclica del orden social, Corpus Christi se caracteriza por la representación de un orden natural, situado en la alternancia estacional entre la sequía y la temporada pluvial.
A manera de conclusión
En el pensamiento huave, la fragmentación del ciclo anual entre una época de lluvia y otra de sequía, y la alternancia entre un viento septentrional y uno meridional, así como el movimiento de las constelaciones a través de la bóveda celeste, constituyen las herramientas fundamentales para orientar las actividades económicas y ceremoniales hacia una u otra parte del año. Paralelo a este ciclo “largo” transcurre el tiempo cotidiano, regulado principalmente por el movimiento del sol, cuya constancia ha permitido traducir el paso del amanecer al mediodía y de éste al ocaso en metáforas del orden social.
Entre todas las manifestaciones de lo cotidiano, los mecanismos de aprehensión y medición del tiempo constituyen sin duda una de las formas más plenas de significado. Entender la genealogía, descubrir la necesidad y el uso, revela no sólo el sentido del tiempo para cada sociedad, sino también la manera en que el hombre se sitúa en el tiempo, lo piensa y lo organiza. Cada sociedad se organiza alrededor de un dominio del calendario; cada cultura se construye en torno a un sentido del tiempo; todo trabajo del hombre es pensado como un tiempo cristalizado en el que fija su horizonte y rige su destino.
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Sobre la autora
Paola García Souza
Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
Citas
* Esta investigación se llevó a cabo con el apoyo del Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes, a través del Programa de Fomento a Proyectos y Conversiones Culturales, emisión 1998-1999.
- Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), Indicadores de población y vivienda, año 2000. [↩]
- La afiliación lingüística del idioma huave no ha sido todavía aclarada. Aunque muchos autores se inclinan por su parentesco con la familia mayense, el huave se ha identificado también con el mixe, el zoque, el mixteco o bien se ha considerado como una familia lingüística totalmente independiente. (Ver Italo Signorini, Los huaves de San Mateo del Mar, 1979; Elisa Ramírez, El fin de los montiocs, 1987). [↩]
- En efecto, el censo del INEGI elaborado en el año 2000 registra una población de 4 927 habitantes para San Dionisio del Mar y de 5 754 para San Francisco del Mar, ambos municipios huaves. [↩]
- A diferencia de San Francisco, donde sólo el 27% de la población habla huave, y San Dionisio, donde el porcentaje de monolingües representa al 62% de la población, el 98.5% de los habitantes de San Mateo domina el huave. El 50% de las localidades huaves se concentran en su municipio. Sin embargo, de las 75, 903 hectáreas que conforman el territorio, San Mateo ocupa sólo el 10%. [↩]
- Italo Signorini indica que durante estaciones muy lluviosas se puede recorrer casi en su totalidad la barra litoral en canoa. [↩]
- Italo Signorini, op. cit., 1979, p. 18. [↩]
- Jorge Hernández Díaz y Jesús Lizama, Cultura e identidad étnica en la región huave, 1996, p. 110. [↩]
- Esta división del año en un segmento ceremonial y otro económico constituye un modelo conceptual que se ha construido para facilitar el análisis. Cabe resaltar que durante todo el año se llevan a cabo actividades económicas y ceremoniales. Dentro de estas últimas es necesario destacar, como se verá más adelante, la trilogía temporal que forman la fiesta de la Virgen de la Candelaria (2 de febrero), Corpus Christi (variable entre mediados de mayo y mediados de junio) y la celebración del santo patronal San Mateo (20 de septiembre), en la medida en que delimitan el transcurso anual entre la temporada de lluvia y la de sequía. Sin embargo, la frecuencia con que se desarrollan ambas actividades en una u otra mitad del año nos permite caracterizar a la primera parte del ciclo como esencialmente ceremonial, y a la segunda como económica. [↩]
- Italo Signorini, “Rito y mito como instrumentos de previsión y manipulación del clima entre los huaves de San Mateo del Mar”, en Marina Goloubinoff et al., Antropología del clima en el mundo hispanoamericano, vol. II, 1997. [↩]
- Ulrich Köhler, “Conocimientos astronómicos de indígenas contemporáneos y su contribución para identificar constelaciones aztecas”, en Broda, Johanna y Stanislaw Iwaniszewski (eds.), Arqueoastronomía y etnoastronomía en Mesoamérica, 1991, pp. 254-255, 258. [↩]
- J. Torres de Laguna, Descripción de Tehuantepec, 1580, 1973, p. 7. El subrayado es nuestro. [↩]
- La ceremonia de Corpus Christi se celebra 60 días después de la Pascua de Resurrección, o sea, 60 días después del domingo que sigue a la primera luna llena en primavera. Corpus es, por lo tanto, una fiesta movible que oscila entre las fechas del 21 de mayo y del 24 de junio. [↩]
- Glenn Stairs y Emily F. Scharfe, Diccionario huave de San Mateo del Mar, 1981, p. 111. [↩]
- Victor Turner, La selva de los símbolos. Aspectos del ritual ndembu, 1980, pp. 103-106. [↩]
- Las horas del día se designan con el sufijo «nüt» (sol) e indican la trayectoria del astro. Durante la vida cotidiana, la posición del sol en el cenit anuncia la inmovilidad del día. Cuando el sol se detiene “a tomar una siesta”, las mujeres se abstienen de barrer las casas y de realizar, en general, cualquier actividad doméstica. La inmovilidad humana precipita de esta forma la movilidad del astro, que tras unos breves minutos continúa su recorrido hacia el ocaso. El repique de campanas, que acompaña diariamente la “siesta” del sol y el momento en que éste se oculta, tiene una función taxonómica. No sólo representa la intervención de Dios para restablecer el orden de las cosas, sino también divide al día en tres segmentos diferenciados que van del alba al mediodía, del mediodía al ocaso y de éste al alba. [↩]
- La homología entre la divinidad y el sol que establece el pensamiento huave a través de la correspondencia directa entre la agonía de Cristo y la opacidad del astro solar, convierten a la Semana Santa en un periodo especialmente delicado, invadido por las fuerzas negativas que normalmente se encuentran reguladas. Este peligro se traduce principalmente en la intensificación de las normas sociales. [↩]