La arqueología conductual a prueba: un análisis a partir del concepto de posición teórica

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Se decía de la casa Charriere que estaba
embrujada, pero eso suele decirse de cualquier
casa vieja y abandonada del nuevo o del
viejo mundo […] No es mi intención escribir
sobre fantasmas; me bastará decir que ha
habido, en el ámbito de mi experiencia,
ciertas revelaciones sin explicación científica
alguna, aunque soy lo suficientemente racional
como para pensar que dicha explicación
puede llegar a encontrarse alguna vez,
cuando el hombre utilice para su interpretación
un procedimiento científico correcto

(H.P. Lovecraf y Derleth, El superviviente).

Notas preliminares

El trabajo que aquí se presenta tiene como única finalidad mostrar un esquema general que permita evaluar las características teóricas angulares de la arqueología conductual schifferiana, bajo el concepto desarrollado por Manuel Gándara1 de posición teórica, mismo que es fundamentado con la premisa de que el conocimiento, en general, es falible pero perfectible. En este sentido, se hará mención, a partir de los escritos más importantes gestados desde esta corriente teórica, las posiciones epistemológicas, metodológicas, ontológicas y valorativas de la arqueología conductual. Lo que se busca, a final de cuentas, es definir si la propuesta teórica construida por Michael Schiffer puede concebirse como un camino viable para explicar diferentes procesos que se gestan en la realidad, en este caso, materializados en contextos y utensilios utilizados por diversas sociedades en el tiempo.

Para poder llegar a lo anterior, es necesario que definamos, aunque sea de manera breve, los planteamientos constituyentes de una posición teórica. Por tal motivo, para efectos expositivos, el manuscrito se ha dividido en tres secciones: la primera dirigida a la caracterización sucinta de lo que se entiende por “posición teórica”, así como una justificación por la adopción de dicho concepto; la segunda referida a los planteamientos generales de la arqueología conductual y al debate suscitado entre Binford y Schiffer con respecto a algunos postulados de la arqueología conductual; y finalmente, en la tercera se realizará el análisis propio de esta corriente teórica a partir de los componentes de una posición teórica.

El concepto de “posición teórica”: algunas generalidades

De acuerdo con Manuel Gándara,2 una posición teórica es un conjunto de supuestos que incluyen un área valorativa, un área ontológica y un área epistemológica-metodológica. Siguiendo a este autor, dentro del área valorativa se establecen los supuestos de justificación de la investigación, así como el para qué de la construcción teórica. En otras palabras, determina el “objetivo cognitivo”. Entendemos por objetivo cognitivo como el conjunto de resultados que se esperan obtener mediante distintas investigaciones.3 El tipo de conocimiento que se puede obtener es la explicación, la descripción, la comprensión o la glosa. Esta área es de las más importantes en toda posición teórica, puesto que demarca los fines cognitivos que persigue la posición teórica, además de que orienta la finalidad y justificación ética y política de la construcción. De igual manera,

[…] creo que intentar definir el objetivo cognitivo central de una posición es una de las tareas cruciales en el análisis de posiciones teóricas. De hecho, propongo que este elemento, junto con el área ontológica […], son los que dan a una posición teórica su especificidad. Dicho de otra manera, mientras que cambios en otras áreas […] no implican cambios en la posición teórica, cambios en la ontología o en los objetivos cognitivos sí implican que se tiene una posición teórica diferente.4

El área ontológica está referida a la concepción de la realidad y a la naturaleza del objeto estudiado. En esta sección se establece si la realidad a estudiar está sujeta o no a leyes causales.5 En este sentido, la realidad puede ser material, ideal o mixta, y es en este apartado donde se define la propia concepción de la realidad asumida por la posición teórica. En pocas palabras, lo que se teoriza dentro del área ontológica es la naturaleza de lo que se pretende estudiar.

Por otra parte, en el área epistemológica-metodológica se “plantea el cómo debe estudiarse aquello que se definió en el área ontológica, a fin de cumplir los objetivos cognitivos establecidos en el área valorativa”.6

Siguiendo este argumento, dentro del área epistemológica-metodológica se definen las distintas variables de la teoría del conocimiento (epistemología), donde se insertan los criterios de verdad,7 los criterios de demarcación; en tanto que dentro del componente metodológico se encuentran las técnicas de observación, recabación y análisis de los datos. Por otro lado, dentro de esta misma área se encuentran las “teorías de la observación”, así como las heurísticas, aunque a veces son menos evidentes.8

Cabe hacer mención que las áreas antes definidas, al conjuntarse, pueden traer como consecuencia la creación de teorías sustantivas. Una teoría sustantiva es un conjunto de enunciados sistemáticamente relacionados que responden a preguntas del tipo “¿por qué?”, que incluyen al menos un principio general tipo ley, es en principio falsable y que se propone la comprensión o explicación de un proceso o fenómeno.9 Es conveniente argumentar el hecho de que una teoría sustantiva, como se acaba de definir anteriormente, es parte de una construcción teórica mayor. Por tal motivo, dentro de una posición teórica determinada se podrán encontrar diferentes teorías sustantivas que vertebren y relacionen los supuestos planteados en la posición teórica. Utilizando los planteamientos de posición teórica, sí es posible establecer comparaciones sistemáticas entre diferentes teorías (siempre y cuando tengan una consistencia interna, al menos dentro de su área valorativa y ontológica), permitiendo su evaluación y evitando el relativismo e idealismo subjetivo “social” que en algún momento planteara Kuhn10 con su insostenible “inconmensurabilidad interparadigmática”.

Definitivamente la construcción elaborada por Manuel Gándara constituye una más que valiosa herramienta para sacudirnos la pobre voluntad por comparar teorías y conformarnos con construcciones como los “paradigmas”, tan poco susceptibles de ser comparados entre sí en su conceptualización original kuhniana. Aunque debemos mencionar que la propuesta de Kuhn no es del todo desechable, ya que son muy interesantes sus descripciones sociológicas del desarrollo del conocimiento científico, aunque en cuestiones de comparación teórica discrepamos de sus planteamientos iniciales. No deseamos extendernos en demasía con esta temática, razón por la cual el comentario será dejado hasta aquí.

Algunos apuntes sobre el concepto de “posición teórica”

Es fundamental para nosotros presentar al lector las razones que nos orillaron a emplear este modelo teórico para evaluar la consistencia de diferentes teorías. En este sentido, haremos una breve evaluación del análisis teórico desplegado desde las corrientes posmodernas buscando de esta manera, mediante un estudio comparativo, justificar la utilización del concepto gandariano, en contraposición con otras corrientes de pensamiento. Cabe acotar en este momento que no realizaremos un exhaustivo análisis teórico de las versiones hermenéuticas posmodernas, así como tampoco de la posición teórica de Gándara, ya que rebasa con creces los objetivos de este trabajo. Por tal razón, aquí nos limitaremos a apuntar las generalidades más representativas de la posición posmoderna ante la evaluación teórica, cuestión que, dicho sea de paso, nos permitirá evaluar rápidamente el mismo concepto acuñado por Manuel Gándara.

Uno de los pensadores que podemos adscribir a la corriente posmoderna y hermenéutica del análisis del conocimiento o del saber es, sin lugar a dudas, Michel Foucault. En este sentido, para efectos de nuestra comparación teórica, utilizaremos una de las obras más importantes de este filósofo francés: La arqueología del saber,11 uno de los primeros textos que, desde la perspectiva posmoderna, se interroga acerca de la génesis de los saberes y su mecánica de evaluación.12

Siguiendo a Foucault,13 el análisis de una obra se debe volver una labor interpretativa, bajo el supuesto de que gran parte del significado, intencionalidad y contexto del conocimiento permanecen ocultos tras una obra determinada. Es por este motivo que la labor posmoderna de evaluación se torna más como una labor interpretativa que explicativa. Es en este sentido que nuestro filósofo galo llega a la conclusión de que los discursos del saber no deben estudiarse en su historicidad (o a partir de una linealidad histórica de acontecimientos y saberes acumulativos), sino que, por el contrario, se debe estudiar la particularidad del saber, bajo el supuesto de que los enunciados son acontecimientos únicos “que ni la lengua ni el sentido pueden agotar por completo”.14 De acuerdo con estos argumentos, no es difícil deducir que Foucault considera que los saberes y discursos son un resultado de los contextos históricos determinados, por lo que la conformación de modalidades enunciativas, la relación de conceptos y objetos de estudio estarán condicionados por los “contextos sociales de aparición”. Asimismo, todo discurso pone en relación elementos conceptuales y teóricos enunciados y empleados por pensadores anteriores. Como podemos ver, Foucault no niega el hecho de que en el arduo proceso de construcción del conocimiento no es posible iniciar la saga a partir de tabula rasa, sino que las viejas teorías (o enunciaciones, siguiendo la terminología de nuestro filósofo francés) pueden volver a ser utilizadas en un contexto histórico específico que permita y requiera ese saber. Esta utilización de las formulaciones previas es compatible con algunos de los planteamientos de Lakatos,15 dentro del falsacionismo metodológico sofisticado.

El principal análisis teórico que propone Foucault para las enunciaciones discursivas es lo que él denomina “arqueología” o arqueología del saber, donde lo que se pretende desentrañar es el plano de la aparición de los objetos, de los conceptos, o de las elecciones estratégicas.16 Con este argumento, al parecer el análisis propuesto por el referido autor se constituye como una sociología de los saberes, temática que profundizó, en su momento, Kuhn. Aunque cabe hacer la acotación de que para Foucault, desde nuestra óptica, las plataformas sociales y contextuales de emergencia de las disciplinas incidían directamente en las configuraciones sociológicas. Asimismo, uno de los pilares del análisis interpretativo de los discursos se constituye por el entendimiento del saber:

Analizar positividades, es mostrar de acuerdo con qué reglas una práctica discursiva puede formar grupos de objetos, conjuntos de enunciaciones, juegos de conceptos, series de elecciones teóricas. Los elementos así formados no constituyen una ciencia, […] Son aquello a partir de lo cual se construyen proposiciones coherentes (o no), se desarrollan descripciones más o menos exactas, se efectúan verificaciones, se despliegan teorías”.17

Ahora bien, si requerimos, bajo esta propuesta de análisis, entender la génesis de los saberes, aunado al hecho de que para entender el origen de estos últimos es imprescindible recurrir a los contextos sociales de aparición sociológica de las ideas y necesidades, el estudio de la episteme de Foucault se torna fundamental:

Por episteme se entiende, de hecho, el conjunto de las relaciones que pueden unir, en una época determinada, las prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias, eventualmente a unos sistemas formalizados […] La episteme no es una forma de conocimiento o un tipo de racionalidad que, atravesando las ciencias más diversas, manifestara la unidad soberana de un sujeto, de un espíritu o de una época; es el conjunto de las relaciones que se pueden descubrir, para una época dada, entre las ciencias cuando se las analiza al nivel de las regularidades discursivas.18

Foucault apuesta, entonces, por medio de la episteme, y del estudio histórico-contextual de las obras, entender la positividad o finalidad primordial de las prácticas discursivas, buscando la comprensión de la acción y significado que ocultan las diferentes obras. De hecho, según nuestro pensador francés, la positividad hace posible la existencia de las figuras epistemológicas, así como de las ciencias.

Una vez que hemos definido brevemente la posición de Foucault ante la evaluación del conocimiento o saberes discursivos, tenemos la obligación de defender la utilización del concepto “posición teórica” con respecto al de “arqueología del saber” o episteme posmoderna. Como el lector se habrá dado cuenta, muchos de los postulados interpretativos de Foucault se centran en la importancia del contexto social para la construcción de prácticas discursivas (que en nuestro léxico pueden denominarse teorías). Siguiendo lo anterior, concebimos que los contextos sociales de aparición bien pueden insertarse en el área valorativa de Gándara, ya que además de incluir los objetivos cognitivos, la justificación ética y política de las investigaciones, sin lugar a dudas estará influenciada por contextos históricos determinados. Negamos el hecho de que un estudio sociológico del saber de la ciencia (o de las prácticas discursivas) sea irrelevante, por lo que concedemos razón a Foucault, aunado a que, dependiendo de los intereses de saber que las sociedades requieran y se conformen distintas prácticas discursivas, los mecanismos de acceder al conocimiento (epistemologización) tenderán a ser variables.

Estamos de acuerdo con el pronunciamiento de Foucault sobre el contexto histórico de aparición del conocimiento, mismo que no es lineal y acumulativo, y de que los mecanismos epistemológicos y de formalización tenderán a ser variables, dependiendo del lapso histórico en que se enuncie determinado saber. Sin embargo, si todo el conocimiento y justificación del mismo es variable de sociedad en sociedad, ¿cómo podríamos elegir entre un “saber” de otro? Si seguimos este argumento, incapaz de permitirnos evaluar las interpretaciones, ¿cómo sabemos que una teoría es más fructífera que otra? Creemos que adoptar un modelo de evaluación desprendido de una posición ontológica idealista subjetiva,19 como la hermenéutica, no nos llevará a otro lugar más que al extremo relativismo, mismo que no difiere sustancialmente de la inconmensurabilidad interparadigmática del propio Kuhn. Suponiendo que con la propuesta de Foucault evaluáramos una postura teórica específica, ¿cómo podríamos compararla con otras, si las variables para su análisis son cambiables, dependiendo de los contextos históricos en que se insertaban estos saberes? Es por esta razón que optamos por emplear el mecanismo propuesto por Gándara, ya que sí nos permite evaluar a una teoría, en virtud de que los constituyentes de una posición teórica, aunque pueden depender de los contextos históricos de emergencia de las teorías (principalmente los aspectos éticos y políticos del área valorativa), son constantes.

Otro punto por el que utilizamos el concepto propuesto por Gándara tiene que ver con la economía de su propuesta, esto es, con la simplicidad conceptual que contiene su construcción. Aquí nos referimos al hecho de que los conceptos integrantes de una posición teórica, además de que son pocos, están bien sistematizados lógicamente y permiten efectuar una comparación entre diferentes propuestas teóricas. Claro está que no todas las propuestas tendrán los cuatro elementos explícitamente manifestados en sus proposiciones; sin embargo, consideramos que como el análisis gandariano se pronuncia a favor de una jerarquía de las áreas valorativa y ontológica por sobre las dos restantes (área epistemológica y metodológica), debido a que son los puntos que le imprimen su especificidad a una posición teórica, los análisis teóricos pueden llevarse a cabo sin caer en riesgosos análisis posmodernos que excluyen la comparación sistemática.20 Finalmente, en torno a otras propuestas de análisis teórico tenemos poco que decir. Por ejemplo, en el caso de la comparación lakatosiana, no concebimos que exista una fuerte discrepancia con respecto al concepto acuñado por Gándara, con excepción de que el autor aludido prefiere hablar de posición teórica “sobre el de ‘programa de investigación científica’ no porque explique más o mejor que el modelo de Lakatos […] sino solamente porque me permite explicitar el componente valorativo, que si bien está presente en la formulación de Lakatos, lo hace con menor relevancia que la que yo creo amerita”.21 Finalizamos este análisis advirtiendo al lector que incluso la de posición teórica de Gándara, como toda construcción analítica, está sujeta a cambios y refutación (siempre y cuando exista una mejor alternativa), ya que de no hacerlo estaríamos negando el avance de la ciencia, misma que opera a partir de refutaciones sucesivas mediante alternativas, si es que somos partidarios del falsacionismo metodológico sofisticado popperiano o lakatosiano.

Una vez que hemos definido de manera rápida a una posición teórica, al menos en lo general, creemos conveniente que es tiempo de hacer mención de la construcción teórica schifferiana. A partir de este momento comenzaremos a especificar algunos de los planteamientos angulares de la arqueología conductual para que, en una tercera parte del manuscrito, se elabore el análisis pertinente de esta teoría mediante la propuesta de posición teórica.

Planteamientos generales de la arqueología conductual

A pesar de que en un inicio Schiffer se adscribía como un nuevo arqueólogo, paulatinamente comenzó a cuestionar algunos de los planteamientos metodológicos básicos de la nueva arqueología. Sus nuevas ideas (mismas que lo deslindaron definitivamente de Binford), estaban abocadas a la justificación de inferencias a partir del entendimiento de los patrones de modificación y formación de los contextos arqueológicos. En 1972, Schiffer, siendo estudiante de doctorado de la Universidad de Arizona, publicó el clásico artículo titulado “Contexto arqueológico y contexto sistémico”, ahí comenzó a gestar sus inquietudes sobre la mecánica de validación de inferencias. De esta manera y bajo este creciente interés, surgió Behavioral Archeology,22 tesis doctoral de Schiffer que abrió un nuevo campo de inferencia, análisis y validación en la disciplina arqueológica. El autor teorizó respecto a los procesos de transformación del registro arqueológico, tanto naturales como culturales. Otra obra importante sobre esto es la titulada Formation Processes of the Archaeological Record,23 donde se profundiza de manera más extensa y puntual acerca de estos aspectos de alteración del registro.24 Aquí haremos mención de las características fundamentales de su propuesta explicatoria, sin ahondar en demasía en los detalles de esta construcción arqueológica. Cabe hacer mención que no nos basaremos sólo en una sola obra del referido autor, dado que se encuentran desperdigados valiosos textos que no se encuentran solamente en la obra Behavioral Archaeology.

La arqueología conductual y sus planteamientos angulares

La arqueología conductual tiene como principal objetivo tratar de comprender cómo los procesos de formación, tanto culturales como no-culturales, tienden a introducir distintos grados de variabilidad en el registro arqueológico.25 De igual manera, la arqueología conductual tiene un gran interés en las relaciones que se establecen entre la conducta humana y los artefactos de distintas clases.26 Este mismo interés se ha presentado en las labores arqueológicas por excelencia, aunque ahora se hace énfasis en los distintos procesos de formación y transformación del registro arqueológico.

Dentro de la formulación teórica de la arqueología conductual se han construido cuatro estrategias que marcan la directriz de esta variante teórica.27 La primera estrategia se refiere a la construcción de leyes generales acerca de la naturaleza de los artefactos pretéritos para así poder contestar preguntas sobre la conducta del pasado. En la segunda estrategia se hace mención de la necesidad de establecer leyes particulares respecto de los elementos arqueológicos. En esta estrategia se hace uso de la arqueología experimental y la etnoarqueología para manipular los artefactos y observar sus cambios de manera controlada,28 como por ejemplo las huellas de uso en distintos artefactos arqueológicos.

La tercera estrategia se refiere al establecimiento de principios generales, aunque basada en los artefactos arqueológicos, para explicar la conducta pasada y contemporánea de las sociedades. Finalmente, la cuarta estrategia describe y explica la conducta humana actual a partir del estudio de la cultura material contemporánea; en otras palabras, se caracteriza a la sociedad actual mediante las explicaciones desprendidas de las estrategias dos y tres.29

Una vez mencionadas las finalidades primordiales de la arqueología conductual, es necesario explicitar uno de sus pilares fundamentales: los procesos de formación del registro arqueológico. Los procesos de son todos aquellos eventos que afectan a los artefactos o depósitos después de su uso inicial.30 De acuerdo con Schiffer,31 los procesos que alteran, modifican, preservan o destruyen los yacimientos arqueológicos se tipifican en dos: transformaciones naturales y transformaciones culturales.

Las transformaciones naturales, como su nombre lo indica, se refieren al conjunto de agentes químicos, ambientales, vegetales y animales que interactúan directamente tanto con un artefacto como con un sitio o región específica. Debido a que este apartado es muy amplio no se discutirá con amplitud, puesto que los agentes naturales que intervienen en la transformación de un artefacto o depósito pueden ser desde un anélido hasta procesos regionales como movimientos tectónicos, vulcanismo, congelación, etcétera. Además, para fines del presente escrito, no es necesario dedicarle más líneas a la caracterización de los procesos naturales de transformación sino que, lo que más nos interesa, es conocer las calidades fundamentales de su propuesta teórica para evaluarla a partir de las categorías de una posición teórica.

Finalmente, los procesos culturales de transformación son todos aquellos fenómenos de alteración efectuados por agentes sociales que mantienen, desechan o reintegran artefactos tanto al contexto momento como al arqueológico. Básicamente existen cuatro tipos de procesos culturales de transformación: reuso, depósito cultural, reclamación y perturbación.32

Debemos también comentar que el planteamiento schifferiano dedicado a los procesos de formación puede ser muy útil para la validación de inferencias, tanto en niveles teóricos altos y bajos. De hecho, en torno a la llamada “teoría de rango medio” nuestro autor comenta:

[…] los principios de procesos de son una parte integral de los principales tipos de teoría de nivel bajo: recuperación, análisis e inferencia. Desafortunadamente, muchos arqueólogos, especialmente aquellos que trabajan en el marco de la nueva arqueología, aún no aprecian que los procesos de son responsables de gran parte de la variabilidad en el registro arqueológico, y es así como sus procedimientos —especialmente de análisis e inferencia— no incorporan datos acerca de ellos.33

Como podemos notar, la teorización que efectúa la arqueología conductual es de suma importancia para validar la calidad de los referentes empíricos que son empleados recurrentemente en las labores arqueológicas. En este sentido, también cobra relevancia la definición que el referido autor hace sobre los distintos tipos de contextos que se encuentran recurrentemente en la práctica de la arqueología. Aquí hacemos mención del llamado contexto sistémico y el contexto arqueológico. El primero está referido a los artefactos que se encuentran en actividad conductual humana, en tanto que el contexto arqueológico se presenta cuando los mismos utillajes o instalaciones ya no se encuentran en actividad con los seres humanos.34 Comentamos aquí la importancia que tienen las nociones de contexto sistémico y arqueológico ya que son indispensables para postular y justificar las inferencias que se realicen sobre las actividades pretéritas, así como la utilización, desecho o reutilización de distintos tipos de utillajes o estructuras arquitectónicas, por sólo citar dos casos.

De las entrañas de la nueva arqueología hacia los procesos de transformación del registro arqueológico

Como apuntamos anteriormente, Michael Schiffer se enmarcaba en la concepción teórica de la nueva arqueología (también llamada arqueología procesual o arqueología “explícitamente” científica), comandada por Lewis Binford. Sin embargo, uno de los pilares medulares con el que Binford construyó esta teoría, a finales de los años sesenta del siglo pasado, fue el que comenzó a inquietar a Schiffer, ya que incluso lo llevaron a dudar de si esta postura arqueológica era una manera viable de acceder y justificar el conocimiento de las sociedades acaecidas en el tiempo. Esto tampoco quiere decir que el autor mencionado rechazara rotundamente los planteamientos fundadores de la nueva arqueología, sino que las inferencias desprendidas de los estudios realizados por este tipo de arqueólogos no tomaban en cuenta los diversos procesos que transforman los depósitos arqueológicos. En pocas palabras, Schiffer dudó de que en realidad los contextos arqueológicos fueran registros fósiles del sistema social pretérito.

Michael Schiffer dudaba de si verdaderamente existía una “premisa de Pompeya”, tal como Binford lo sugería en diferentes escritos. Obviamente, y como menciona Gándara,35 la arqueología conductual schifferiana es construida a partir de la herencia que dejó la nueva arqueología entre los arqueólogos estadounidenses. Por tal motivo, la arqueología conductual puede concebirse como una nueva nueva arqueología, aunque dedicada a otro tipo de problemáticas más específicas, tales como las teorías de rango medio,36 en lugar de teorías netamente sustantivas.

El inicio del debate

Manuel Gándara, en un trabajo muy consistente,37 caracteriza los postulados generales de la arqueología procesual binfordiana. Uno de los planteamientos angulares de esta vertiente teórica dice que

Dado que el material arqueológico no es sino un registro estático y contemporáneo, su mera descripción no constituye un estudio del pasado. […] la llamada “cultura material”, en tanto articulada a la apreciación del sistema cultural total, debe informarnos sobre la operación del resto de los subsistemas. Se postula entonces que los materiales arqueológicos tienen una organización, resultado de su articulación, que debe reflejar, en mayor o menor medida, la operación de los diferentes subsistemas”.38

No obstante, es necesario hacer explícita la tesis que el propio Binford manufacturó para que Schiffer reaccionara. Binford39 comentó que los correlatos materiales contenidos en un depósito arqueológico dejaban un “registro fósil”, mismo que reflejaba las actividades pretéritas de los grupos humanos.

Como se puede observar, Schiffer reaccionó contra el postulado binfordiano de que los componentes que integran un contexto arqueológico son “registros fósiles” que permiten entender la totalidad del sistema concreto pretérito en cuestión. Es aquí donde los procesos de formación y transformación del registro arqueológico, desarrollados por Schiffer, adquieren relevancia para evitar caer en trampas sobre la asignación de funcionalidades y utilidades de diferentes espacios arquitectónicos o artefactuales. En este sentido, la observación realizada por Schiffer,40 ya no sólo para los nuevos arqueólogos, sino para todos los colegas contemporáneos del gremio, es que dejen de creer que las distribuciones de los vestigios arqueológicos tienen la capacidad, por sí solos, de reflejar los patrones de diferentes actividades acaecidas en el tiempo.

Tomando como marco de referencia lo esbozado en el párrafo precedente, Schiffer escribe el artículo “¿Existe una ‘premisa de Pompeya’ en arqueología?”, concepto utilizado erróneamente, según Schiffer, por Binford y que este último atribuye a la arqueología conductual schifferiana. A este respecto, escribe Schiffer:

Uno de los principales argumentos de Binford es que mis puntos de vista sobre los procesos de formación se basan en el supuesto denominado “premisa de Pompeya”, de que las inferencias sólo son posibles cuando en un sitio dado se han identificado conjuntos, semejantes a los de Pompeya, de basura de facto.41

En su respuesta, nuestro arqueólogo conductual hace alusión a que la verdadera premisa de Pompeya es la que se aplica a aquellos investigadores que no logran evaluar la manera en que son formados los yacimientos arqueológicos debido a procesos culturales y naturales.42 Como una crítica sobre los planteamientos de Binford referidos a la naturaleza del registro arqueológico, Schiffer plantea que la verdadera premisa de Pompeya es la que, paradójicamente, muchos de los nuevos arqueólogos han perpetuado en investigaciones arqueológicas del suroeste de Estados Unidos. Cabe mencionar aquí que Binford nunca trabajó sitios de esta región, pero sus planteamientos teóricos respondían a esta inquietud schifferiana. El argumento de Schiffer estriba en que estos investigadores tomaban la evidencia de cultura material de diferentes sitios y unidades residenciales como indicadores irrefutables de contextos sistémicos pompeyoides.

La verdadera premisa de Pompeya en arqueología

Schiffer43 plantea que los materiales arqueológicos dispuestos sobre los pisos de los llamados pit houses y los cuartos de diferentes emplazamientos arqueológicos del suroeste de Estados Unidos han sido utilizados para asignar erróneas interpretaciones sobre la funcionalidad y actividades que se realizaban en dichas unidades arquitectónicas. Estas interpretaciones fueron llevadas a cabo por los practicantes de la nueva arqueología, en especial en el inicio de este “nuevo” desplegado teórico. Este tipo de enfoques no fueron practicados directamente por el propio Binford, aunque sus planteamientos y enfoques teóricos permiten a Schiffer iniciar esta importante crítica a la nueva arqueología. Quizás esta crítica se debió a la poca claridad con que Binford expuso su postura con respecto a la “estructura arqueológica” y a su carácter de “fósil” para reconstruir el conjunto sistémico pretérito. Es factible que el propio Binford haya pensado en diferentes procesos de transformación, pero el problema radica en que nunca fue lo suficientemente explícito como para abordarlos. No obstante, debemos comentar aquí que Binford asumía el hecho de que, a pesar de lo fragmentario que son los componentes artefactuales de un contexto arqueológico, sería posible a partir de éstos reconstruir la totalidad del sistema social, cosa que, a nuestro parecer (y como atinadamente Schiffer se percata), pierde validez lógica y capacidad inferencial si se toma en consideración que la mayoría de estos componentes ha sido redepositado en áreas espaciales diferentes y que no permanecen inamovibles desde su deposición original.

La crítica del arqueólogo de Arizona sobre las inferencias procesuales estriba en el hecho de que muchos de los elementos que contiene un depósito arqueológico y, en específico en los pisos de los cuartos de diferentes unidades habitacionales del suroeste de Estados Unidos, depositados en el momento de abandono del cuarto y que éstos reflejan, de manera pompeyoide, “un inventario sistémico de artefactos de unidades domésticas reflejando, por tanto, fielmente las actividades que tuvieron lugar en esos espacios arquitectónicos”.44

Para fundamentar su crítica, Schiffer plantea que los artefactos que uno, como arqueólogo, encuentra en los pisos de diferentes unidades domésticas, se tratan de conjuntos que formados por distintos procesos de formación culturales y no culturales. Por tal motivo, en toda investigación arqueológica es necesario iniciar estudios encaminados a entender las regularidades que formaron los depósitos a investigar, esto es, buscar evidencias empíricas para entender la génesis de la producción del depósito, los agentes naturales y culturales que lo transformaron y, finalmente, después de realizar estas actividades, proceder a la instancia inferencial de actividades y funcionalidades pretéritas de los espacios y los utillajes. Para efectuar estas labores, como buen heredero de la nueva arqueología, Schiffer propone utilizar mecanismos microscópicos de análisis para observar huellas de rodamiento, microastillamiento, pisoteo, así como mecanismos estadísticos para controlar las distribuciones de los mismos, pero dirigido a desentrañar los procesos culturales y naturales que paulatinamente transformaron el depósito arqueológico.

Schiffer45 identifica ocho procesos que entran en acción cuando un artefacto o estructura es depositado en un piso habitacional. Obviamente estos materiales y espacios pasan a formar parte de un contexto arqueológico,46 aunque pueden volver a integrarse al contexto sistémico. Dichos procesos de afectación tienden a modificar las calidades cuantitativas y cualitativas de los referentes empíricos.

Los procesos de afectación que reconoce Schiffer son artículos extraviados o basura primaria (artefactos depositados durante el periodo de uso de una estructura), distintas clases de basura depositada durante el periodo de abandono del sitio (basura de abandono, basura de facto —artefactos abandonados que consisten en utensilios aún útiles o que pueden desempeñar una función diferente a la original—), depósitos rituales, usos postabandono —donde una estructura abandonada puede ser reutilizada por otros grupos humanos o niños, alterando las características del instrumental o de la disposición espacial de los mismos—, derrumbe postocupacional y acción fluvial —cuando las estructuras se derrumban e ingresan sedimentos en las estructuras—, así como las perturbaciones postocupacionales, que comprenden las actividades culturales que incluyen el saqueo, el carroñeo o, por otro lado, las intrusiones animales —llámese gusanos, roedores, etcétera—. Como se puede apreciar, son muchas las actividades que pueden alterar las distribuciones originales de la cultura material, tanto primaria como de facto de un depósito arqueológico.47 De ahí que Schiffer se pronuncie a favor de estudiar con mayor detalle este tipo de temática, sobre todo porque de esa manera las instancias inferenciales cobrarán una mayor plausibilidad explicativa.

Schiffer denuncia básicamente el hecho de que considerar que los materiales dispuestos sobre los pisos de las estructuras habitacionales de los diferentes sitios arqueológicos reflejan directamente el inventario sistémico de la sociedad concreta es reducir el alcance explicativo de las investigaciones arqueológicas. Lo es en el sentido de que todo material dispuesto en un depósito o piso de casa, es susceptible de ser transformado y alterado por diferentes procesos de transformación. Esto traerá como consecuencia que los utillajes se encuentren diezmados y, por ende, tendrán menor potencialidad explicativa para inferir el conjunto sistémico social.

En palabras del propio Schiffer, y como corolario a su texto, nos dice:

Los análisis que se basan en la premisa de Pompeya real ignoran estos procesos de formación y atribuyen la variabilidad de los conjuntos sobre pisos de casas exclusivamente a causas “funcionales” o sociales. Como resultado, los investigadores pasan por alto evidencias importantes sobre la naturaleza y causas del abandono de asentamientos.48

¿Y qué dijo Binford?

Desde nuestro modesto punto de vista, consideramos que el texto de la premisa de Pompeya de Schiffer no fue creado con la intención de convertirse en un ataque frontal hacia la nueva arqueología. Por el contrario, creemos que era una llamada de atención sobre la evaluación de la calidad de los referentes empíricos que los nuevos arqueólogos utilizaban, sobre todo para justificar de mejor manera las inferencias sobre el pasado.49

No obstante, Binford, tomando como punto de partida el enunciado escrito por él, referido al registro arqueológico fósil, responde al planteamiento de Schiffer de una manera poco cordial:

Schiffer has since attempted to build a career on his discovery ofthis “false” principle said to have been fundamental to the new archaeology. This classic case of ignoratio elenchi serves as the basis ofa series ofunfounded criticisms and a misleading series ofdiscussions in the literature.50

Binford contestaba al planteamiento de Schiffer argumentando que la potencialidad explicativa de la nueva arqueología no se veía acotada por las limitaciones inherentes al registro arqueológico, sino más bien por la metodología arqueológica y por la carencia de desarrollo de principios que den cuenta de la relevancia del registro arqueológico con respecto a proposiciones teóricamente mayores que dieran cuenta de procesos y eventos del pasado.

Como uno puede observar, Binford no ofrece una alternativa teórico-metodológica para resolver los problemas inferenciales que atinadamente atribuía Schiffer a los practicantes de la nueva arqueología. Por el contrario, Binford, en lugar de aceptar que la naturaleza fragmentaria del registro arqueológico (producida por los diferentes procesos de formación) provoca que la instancia inferencial del sistema pretérito se vuelva más difícil, comenta que “eso ya lo sabía”:

[…] I know ofno archaeologist operating in the 1960s and worth their salt who did not know that the archaeological record as observed by the archaeologist was apt to have been modified by time’s arrow.51

No obstante, muchas de las prácticas de la nueva arqueología, a sabiendas de que el registro arqueológico podía ser modificado por esta “flecha del tiempo”, no tomaban en cuenta a la misma al momento de establecer inferencias sobre las dinámicas sistémicas de la sociedad pretérita estudiada. Quizá no debemos ser tan injustos con el propio Binford, ya que es probable que él sí se haya dado cuenta de que los depósitos arqueológicos son susceptibles de ser transformados y alterados por distintos procesos de formación, pero sus desplegados teóricos nunca hicieron evidente este razonamiento y, por el contrario, lo llevaron al deslinde entre él y Schiffer, uno de sus alumnos más brillantes.

Para finalizar este pequeño recuento sobre el debate suscitado entre Binford y Schiffer, consideramos conveniente citar a este último arqueólogo:

En un punto Binford y yo estamos de acuerdo enfáticamente: la mayoría de los sitios no son pequeñas Pompeyas. Podemos enfrentarnos a esta realidad tratando los conjuntos de casas como si fueran inventarios sistémicos, aplicando mecánicamente técnicas analíticas complejas como hacen los Nuevos Arqueólogos, o podemos utilizar los principios y métodos de la arqueología conductual para identificar cómo actúan los procesos de formación, dando una base sólida para inferencias conductuales subsecuentes”.52

El problema estriba en que, como acertadamente comenta López,53 identificar, en su totalidad los procesos que afectan al registro arqueológico es demasiado ambicioso, por no decir imposible para la praxis cotidiana del arqueólogo. Comentamos esto en virtud de que por más estudios etnoarqueológicos que iluminen teóricamente desde los procesos de abandono, hasta los procesos de formación y transformación del registro, sean naturales o culturales, las variables son demasiadas. No criticamos el hecho de que este intento teórico se encuentre mal fundamentado y que no tenga injerencia en la práctica arqueológica, sino que, siguiendo al autor citado,54 tantas variables en lugar de ayudar al proceso identificatorio-empírico, puede generar un plano interpretativo difuso y borroso.55 Asimismo, no podemos aseverar con firmeza que la teoría de rango medio que intenta construir tanto la nueva arqueología como la arqueología conductual corresponda infaliblemente con la realidad.56 En el caso que aquí nos atañe, la teoría de rango medio que vertebra la arqueología conductual se constituye como una teoría de la observación en arqueología, sobre todo porque hace énfasis en la génesis y transformación gradualista57 del contexto arqueológico. Sin embargo, no todas las formulaciones schifferianas van a estar presentes en los contextos, aunado al hecho de que la continuidad artefactual, sea producto de procesos de abandono, ciclaje lateral, entre otras categorías conductuales, van a reflejar una continua superficie de ocupación, ya que en la génesis de un depósito arqueológico pueden intervenir diferentes procesos que impidan identificar si los materiales contenidos en el mismo corresponden o no a un grupo humano determinado. Este es precisamente uno de los pronunciamientos estratigráficos en contra de las ideas schifferianas, ya que, por ejemplo

[…] existe un grupo original A que construyó o frecuentó una instalación en un tiempo t1 y un grupo B que hizo lo propio en el mismo lugar en un tiempo t2 , pero antes de que otro estrato cubriera las interfaces; se entiende que A no es B (principio de identidad lógica) y, sin embargo, el yacimiento, lejos de reflejar ese principio lógico y encontrar los elementos culturales de A o los elementos culturales de B (principio de tercero excluido), nos muestra que se presenta A y B con lo que se rompe el principio de contradicción (Falleta 1998: 29). A diferencia de las visiones clásicas, todo parece indicar que los contextos de abandono sólo serán de un grupo cultural de manera exclusiva, en casos muy excepcionales, donde efectivamente ocurrió un abandono intempestivo y tendremos que acostumbrarnos, si continuamos con la idea schifferiana, a enfrentar esta paradoja; el contexto no representa a A, como tampoco representa a B; es, por así decirlo, A y B.58

Como podemos ver, en términos teóricos y práctico-empíricos, la arqueología conductual puede tener algunas inconsistencias en el plano de la aplicabilidad de algunos de sus postulados teóricos angulares, aunque lo que aquí pretendemos hacer es la evaluación de su consistencia teórica interna, en términos de los componentes de una posición teórica. Esto no quiere decir que la teoría conductual no sirva, ya que tomar en consideración los patrones culturales que pueden incidir en las configuraciones de la cultura material es una valiosa herramienta para la inferencia en arqueología. De hecho, el mismo López59 comenta que las áreas de actividad, salvo escasas ocasiones, se presentan ordenadas y prístinas, de ahí la relevancia de combinar tanto estudios estratigráficos (como el de la matriz de Harris)60 como algunas nociones angulares de los procesos de formación y transformación del registro arqueológico. Es viable suponer, siguiendo la última idea, que es plausible utilizar algunos conceptos y metodologías adecuadas para cada estudio de caso y no tener que buscar y tratar de distinguir empíricamente la totalidad de los procesos que enuncia Schiffer. Como se puede notar —y como corolario a este apartado—, la polémica Binford-Schiffer no produjo un discurso arqueológico ganador, sino que abrió la puerta para otras críticas sobre las teorías gradualistas y uniformistas de formación de depósitos arqueológicos, así como sobre las mecánicas para justificar las inferencias, aspecto crucial en la vida académica de todo arqueólogo. Siguiendo este último punto, consideramos personalmente que la postura schifferiana se constituye como una heurística o teoría observacional que puede guiar y ayudar a justificar de mejor manera algunas de las inferencias que se desprenden desde la praxis arqueológica, siempre y cuando se asuma una postura crítica y reflexiva sobre esta misma teoría arqueológica. Es por esta razón que optamos por diseccionar, desde sus componentes teóricos internos, a la construcción conductual a partir del concepto de posición teórica.

Análisis teórico de la arqueología conductual

Actualmente no existen demasiados colegas que nieguen la importancia de los planteamientos de Schiffer sobre los procesos de formación y transformación del registro arqueológico. Sin embargo, son pocos o casi nulos los análisis concienzudos de sus planteamientos originales. Este ensayo es un intento hacia esta carencia de literatura. Aunado a lo anterior, la arqueología conductual, por dirigirse definitivamente a los distintos procesos, agentes y circunstancias que regulan la y transformación de depósitos arqueológicos, puede verse como una interesante teoría de la observación, misma que puede insertarse en cualquier posición teórica, ya que el mismo Schiffer no pretendía elaborar una teoría social a partir de sus investigaciones conductuales.61 Sin embargo, aunque sea una propuesta teórica de la observación, algunos pilares de la posición teórica deberán poder rastrearse a partir de los pronunciamientos de la arqueología conductual. De hecho, es plausible que se logre efectuar dicho análisis puesto que, como se verá más adelante, la arqueología conductual construye al menos sus lineamientos generales y sigue avanzando en sus teorizaciones. Siguiendo lo anterior, mediante los planteamientos iniciales teóricos y metodológicos de la arqueología conductual se podrá optimizar un análisis de posición teórica. Aseveramos lo anterior en función de que

[…] para que pueda haber comparación entre posiciones teóricas debe haber posiciones teóricas; no solamente ofertas de que serán luego construidas muy poderosas posiciones teóricas; no solamente muestras interesantes pero fragmentarias de posiciones teóricas; sino posiciones teóricas, o en su defecto un programa por medio del cual la construcción procederá, que clarifique cuando menos los lineamientos generales.62

Área valorativa

Comentamos con anterioridad que dentro del área valorativa de una posición teórica se encontraban los objetivos cognitivos de la construcción aludida, así como la justificación ética y política, además del para qué de la investigación. En este sentido y tratando de abstraer la justificación académica que perseguían los arqueólogos conductuales, podemos decir que, a raíz de las primeras publicaciones de Michael Schiffer, en específico de su obra Behavioral Archaeology, se instauró

como meta primordial de la Arqueología Conductual la reintegración de la disciplina. Para promover esta idea, se propuso una nueva definición de la arqueología, que se enfoca al núcleo de los temas de la disciplina. Considerábamos que la arqueología consiste primordialmente en las actividades de investigación sobre las relaciones entre la conducta humana y los artefactos, en todo lugar y en toda época.63

Como se puede apreciar, la principal justificación ética de la instauración de la arqueología conductual gira en torno a la construcción de una nueva forma de hacer inteligibles, a partir del estudio de los materiales arqueológicos, las distintas conductas de los seres humanos. Siguiendo esta línea de razonamiento, los arqueólogos conductuales se inclinan por el estudio de los utensilios y de las conductas humanas.

Por otro lado,

La contribución de la arqueología conductual es su énfasis en los procesos de formación —cultural y no cultural— como una fuente de variabilidad en el registro. A pesar de que la mayoría de los arqueólogos reconocen hoy en día de manera implícita que los procesos de influyen sobre la variabilidad arqueológica, los análisis de la evidencia se basan generalmente en métodos y supuestos defectuosos de la nueva arqueología.64

Aquí vemos otro tipo de justificación ética de la conformación de la arqueología conductual, en contraposición a los planteamientos “acartonados” y “estáticos” de la nueva arqueología con respecto a los procesos de del registro arqueológico. En este sentido, la arqueología schifferiana se pronuncia como una alternativa teórica que permite entender y explicar la variabilidad arqueológica, respondiendo a la pregunta “¿para qué?”, planteada en el área valorativa.

En torno a los objetivos cognitivos y al tipo de conocimiento que se pretende obtener mediante los estudios conductuales, podemos decir que

For the behavioralist, then, virtually any aspect of human life is open to scientifc scrutiny and explanation so long as research questions can be framed in terms of people-object interactions.65

En este sentido, la arqueología conductual pretende establecer explicaciones sobre la variabilidad de los componentes de los contextos arqueológicos, siguiendo la línea de que las conductas humanas no pueden ejercerse sin la interacción entre éstos y los artefactos. Como se puede percibir, el objetivo cognitivo de la arqueología conductual es la explicación de la variabilidad artefactual y contextual, así como la inferencia de los distintos procesos que afectan y forman los yacimientos arqueológicos. Esto queda de manifiesto ya que, como escribe el propio Schiffer:

El desarrollo de una arqueología conductual —la ciencia dedicada a apreciar y evaluar todas las causas de variabilidad en el registro arqueológico, de manera que el comportamiento humano pueda ser inferido y explicado adecuadamente— está aún en su infancia, y nada aprecia esto mejor que yo mismo.66

No obstante, es necesario recalcar el hecho de que, como menciona Gándara,67 en algunas ocasiones tienden a mezclarse distintos tipos de conocimientos y metas de las investigaciones en las posiciones teóricas (esto es, explicación, descripción, comprensión o glosa). Decimos esto en función de que, por ejemplo, siguiendo nuevamente a Schiffer,

A fin de usar observaciones del registro arqueológico como evidencia para hacer inferencias sobre la conducta humana del pasado (incluyendo la organización social), se debe comprender los procesos que crean diferencias y similitudes en los restos arqueológicos”.68

Esto es un tanto lógico en el sentido de que si uno busca la explicación de algún fenómeno de la realidad, es imprescindible, en primera instancia, elaborar una descripción de lo que se pretende estudiar. Decimos esto puesto que no podemos explicar algo que, en principio, no conocemos. Por tal motivo, para explicar la variabilidad de los yacimientos arqueológicos, de manera que se puedan conformar leyes generales y particulares, es necesario, ineludiblemente, atravesar por una instancia descriptiva. Este es, al parecer, el caso de la arqueología conductual, aunque concebimos que la meta última de los partidarios de esta corriente es, a final de cuentas, la explicación causal.69 Hablaremos sobre la causalidad en párrafos posteriores.

Área ontológica

El área ontológica es de las más importantes en toda posición teórica, puesto que es la que le imprime coherencia interna a los postulados valorativos y epistemológicos a toda construcción. Ya comentamos que existen al menos tres tipos de ontologías (o cómo es el mundo): material, ideal y mixta. No consideramos relevante en este trabajo elaborar una caracterización mayor respecto a las diferentes concepciones que se tienen de la realidad. Por el contrario, nuestro trabajo será más modesto, en el sentido de que únicamente haremos una breve caracterización de la teoría de la realidad asumida por los arqueólogos de corte conductual. Aunado a lo anterior, dentro del mismo núcleo ontológico se especifica si la realidad se encuentra sujeta o no a leyes causales; en pocas palabras, en esta sección de la posición teórica se explicita cómo es la realidad a estudiar, así como sus unidades esenciales.

Creemos que no existe otro ejemplo mejor para mostrar la concepción ontológica de la arqueología conductual que las líneas que a continuación se presentan. Lewis Binford comentaba que:

La pérdida, ruptura y abandono de implementos y artículos en diferentes lugares, en donde grupos de estructura variable realizaban distintas tareas, deja un registro “fósil” de la operación real de una sociedad extinta.70

Este comentario, como vimos con anterioridad, trajo como consecuencia el pronunciamiento de Schiffer que se gestó en su primera obra magna (Behavioral Archaeology), así como el famoso artículo de la “premisa de Pompeya”. Pero volviendo al punto, a partir de la aseveración del líder moral de la nueva arqueología, Schiffer desprende una respuesta que, para nuestros intereses, permite denotar la ontología de la arqueología conductual.

It is false because archaeological remains are not in any sense a fossilized cultural system. Between the time artifacts were manufactured and used in the past and the time these same objects are unearthed by the archaeologist, they have been subjected to a series of cultural and noncultural processes which have transformed them spatially, quantitatively, formally, and relationally […] Ifwe desire to reconstruct the past from archaeological remains, then these processes must be taken into account, and a more generally applicable methodological principle substituted for the one that asserts that there is an equivalence between a past cultural system and its archaeological record. The principle I offer is that archaeological remains are a distorted reflection of a past behavioral system”.71

Como se puede notar, el hecho de que los partidarios de la arqueología conductual nieguen el carácter “fósil” de los componentes del registro arqueológico, para abrazar, por otro lado, las nociones de que los utensilios, estructuras y demás componentes de un determinado contexto arqueológico no son lo que parecen, están adoptando una noción ontológica realista o materialista. Aquí entendemos como realismo o materialismo ontológico el hecho de que la realidad existe independientemente de nuestra capacidad cognoscitiva, además de asumir que el mundo es completamente material y externo al sujeto.72 Es radicalmente opuesto al idealismo, donde el mundo o realidad sólo existe cuando un individuo lo percibe. Lo que queremos hacer notar es que la mayoría de los arqueólogos consideran que las distribuciones de los artefactos al interior de determinados sitios responden a actividades pretéritas; utillajes que nunca fueron alterados por los estragos de los procesos erosivos, animales, vegetales o culturales. Decimos que la ontología de la arqueología conductual es realista bajo el supuesto de que, aunque ellos tengan en sus manos cierta clase de artefactos o estructuras arquitectónicas, están conscientes de que han atravesado por un bagaje muy pesado de transformaciones culturales y naturales que los han trasladado, alterado o, incluso, preservado.

Para los simpatizantes de la nueva arqueología binfordiana (y desafortunadamente para algunas corrientes del pensamiento arqueológico), las distribuciones que percibían y encontraban en los distintos depósitos arqueológicos eran la evidencia “directa” de las actividades de los grupos pretéritos, tanto productivas como simbólicas. Como ellos asumían que estas distribuciones de componentes reflejaban las actividades, operaban a partir de una realidad idealista donde sus percepciones físicas hacían que conocieran y explicaran la realidad. Por el contrario, asumir una ontología realista daría como resultado que, como abogan los seguidores de Schiffer y de la arqueología conductual, independientemente de que los utensilios o estructuras se encuentren en variables disposiciones espaciales o contextuales, han atravesado por distintos procesos de formación y transformación y, por ende, son susceptibles de que la información que ofrezcan a los arqueólogos sea de dudosa confiabilidad. Por tal motivo, los arqueólogos schifferianos profundizan y siguen experimentando con nuevas técnicas para comprender los diferentes procesos de y transformación del registro arqueológico, sobre todo para validar de manera más lógica las distintas inferencias desprendidas tras los trabajos arqueológicos. En pocas palabras, existen siempre procesos de transformación de los utensilios arqueológicos, así como de de los yacimientos, independientemente de que a simple vista no sean enteramente evidentes. Por tal motivo, volvemos a argumentar que, al parecer, la ontología de la arqueología conductual es realista o materialista.

En cuanto a la causalidad de la realidad, Schiffer establece lo siguiente:

A pesar de que los procesos de se combinan de manera compleja para crear sitios arqueológicos determinados, cada proceso opera en conformidad con leyes generales de comportamiento cultural o procesos naturales.73

Y luego añade:

Las leyes de los procesos de son de dos tipos principales, cada uno de los cuales juega un papel diferente en el proceso arqueológico. El primer tipo está relacionado con causas, para especificar las condiciones que llevan a la operación o no operación de un proceso específico. Por ejemplo, los hongos no atacan la madera si su contenido de humedad es menor de un 30%. Estas leyes indican al arqueólogo que procesos de tienen mayor o menor posibilidad de afectar un artefacto, un depósito o un sitio. El segundo tipo de ley está relacionado con los efectos de un proceso determinado, especificando sus procesos químicos y físicos, que son predecibles, sobre el registro arqueológico. Por ejemplo, el pisoteo da como resultado fragmentos cerámicos más pequeños y erosionados; aún más, los pisoteados tienen propiedades físicas diferentes a los que han sido dañados por otros procesos de formación.74

Es necesario hacer el comentario de que la realidad especificada en los planteamientos conductuales, al parecer, solamente están abocados a los procesos de formación. Y de hecho esto es así, ya que los desgloses efectuados por Schiffer,75 aunque siguen dividiéndose básicamente en agentes naturales y culturales, aún son los únicos que forman los distintos depósitos arqueológicos. Sin embargo, los procesos causales no quedan sólo en las formulaciones de formación y transformación, dado que también los distintos flujos sistémicos de utensilios consumibles y no consumibles constituyen diferentes abstracciones causales de la realidad a estudiar.76

En cuanto a las unidades esenciales de la realidad, podemos mencionar que, para la arqueología schifferiana, las unidades básicas para el análisis de la realidad a estudiar son las personas y los objetos. Decimos esto en función de que si algo ha intentado establecer la arqueología conductual es el hecho de que se encuentra basada en el estudio de las interacciones entre las personas y los objetos o utensilios.77 Para finalizar con este apartado ontológico, debemos hacer mención de que la realidad de la arqueología conductual es material y existe independientemente de la percepción y abstracción sensorial. Sin embargo, en algunas ocasiones y como lo menciona Schiffer en la estrategia número dos de Behavioral Archaeology,78 la utilización de la arqueología experimental y la etnoarqueología para estudiar los artefactos del presente y de ahí poder construir leyes generales sobre las conductas artefactuales y humanas del pasado, puede entenderse como una labor idealista. Idealista en el sentido de que conoce y construye leyes a partir de las observaciones de la experiencia sensible para intentar explicar la realidad “percibida”. Desafortunadamente para estas críticas, nosotros no estamos de acuerdo. Discrepamos de lo anterior por la razón de que para poder construir algo es necesario hacer uso de la empiria, misma que se manifiesta en la realidad y que trae como consecuencia el reflejo de la experiencia. En este sentido, la arqueología conductual, a partir de distintas técnicas, busca la construcción de leyes explicativas de las conductas humanas pretéritas. Esto se verá en el apartado de metodología, aunque podemos adelantar el hecho de que no existe investigación que no mezcle deducción con inducción. Sería idealista si asumiera que la realidad existe siempre y cuando ésta sea percibida por los seres humanos quienes, en cuyo caso, asignarían distintos usos de los utensilios y yacimientos a partir de su distribución y negando los procesos de formación, puesto que éstos “sencillamente no son evidentes a simple vista” y, por ende, no existen en realidad.

Como se puede notar, la arqueología conductual propone que la explicación de la variabilidad del registro arqueológico es posible, tomando en consideración los procesos de formación y transformación que alteran al registro aludido. Esto es, el objeto de estudio es cognoscible. Por otro lado, cuando los conductuales hablan de explicar la relación entre individuos y artefactos, como una de las metas de la postura teórica aquí analizada, no niegan la agencia social, donde los individuos pueden incorporar o desechar utensilios desde el contexto sistémico al arqueológico, o recuperarlos de este último para incorporarlos al sistémico. Esto quiere decir que los individuos poseen capacidad de acción, aunque este desarrollo schifferiano (sobre la construcción de una teoría social) se encuentra en gestación.

Finalmente, la metáfora ontológica básica de la arqueología conductual es estructural u holista (al menos en lo concerniente a los procesos de transformación y del contexto arqueológico, dado que se propone la explicación y la aplicabilidad de leyes causales), puesto que se basa en supuestos teóricos concatenados que dan movimiento a la realidad, en el entendido de que la afectación sobre una de estas partes influye en la construcción superior (tanto artefactual como conductual; por ejemplo, las cadenas conductuales o los ciclos de vida de los artefactos, catalizados por la praxis humana, en cuyo caso las acciones de curaduría, desecho o reciclaje operan, por decir algo, cuando la matriz artefactual ya no es susceptible de ser reutilizada como artefacto o bien de uso común), donde además existe una jerarquía causal de la realidad (los procesos de y transformación son, innegablemente, causantes de diversas distribuciones de los contextos arqueológicos; además de que operan específicos procesos, dependiendo de la región investigada). Aunado a lo anterior, la historicidad social es completamente dinámica o dialéctica (los contextos arqueológicos son dinámicos, no estáticos como proponía Binford; y no sólo los depósitos, ya que las transformaciones culturales sistémicas cambian de acuerdo con los grupos humanos, calidades ambientales y disponibilidad de recursos). Por último, dado que el registro arqueológico es dinámico, las posibilidades de inferir correctamente las actividades pretéritas, serán mayores si se toman en cuenta los procesos de formación y transformación del registro arqueológico, por lo que los arqueólogos conductuales son optimistas moderados respecto al conocimiento de la realidad. En pocas palabras, la metáfora ontológica de los conductuales es holista (al menos en lo concerniente a la teoría de la observación) y busca la explicación mediante principios de causalidad; tal es el caso del afán de construir enunciados generales sobre los procesos de y transformación del registro arqueológico.

Área epistemológica

Para los arqueólogos conductuales, el crecimiento de la ciencia opera mediante un falsacionismo, al parecer sofisticado, donde las teorías van siendo refutadas, mas no rechazadas (lo cual sería el caso del falsacionismo dogmático) definitivamente hasta que se obtenga una con mayor alcance explicativo, además de que los planteamientos pueden servir de base para la construcción de futuras teorías. Esto es, no hay refutación sin una alternativa mejor. No obstante, algunos de los planteamientos schifferianos no tienen la misma congruencia en cuanto a posición metodológica, dado que algunas nociones son completamente compatibles con concepciones verificacionistas. Para ejemplificar lo anterior es necesario citar al referido autor.

Así, es bienvenida la expansión que han tenido en los últimos años la arqueología experimental y la etnoarqueología, ya que esto indica que los arqueólogos están desarrollando estrategias de investigación apropiadas para originar y probar varias teorías que son puramente arqueológicas, especialmente en los niveles bajos e intermedios. El registro arqueológico por sí mismo es la única fuente de información sobre procesos de cambio cultural a largo plazo y es por esto que los arqueólogos están especialmente calificados para construir y probar teorías de nivel alto.79

Es evidente que el término “probar” se relaciona directamente con una posición verificacionista, donde se espera lograr el conocimiento comprobado y donde se supone que el conocimiento, simplemente, no falla. Esta postura opera mediante una descripción sistemática y económica del mundo (inducción), siendo la principal debilidad de esta posición el hecho de que las teorías cubren un número ilimitado de casos y, por consiguiente, nunca podrán ser comprobados todos los casos de la realidad mediante un inductivismo estrecho. De hecho, este conocimiento positivo comprobatorio es la posición más popular hasta hoy día80 en las comunidades científicas.

Como se puede apreciar, la arqueología conductual adopta, en esta primera etapa, una posición verificacionista como criterio de demarcación al conocimiento comprobado, en tanto que el crecimiento o progreso del conocimiento se gesta a partir de una acumulación lineal.

No obstante, otros planteamientos hicieron que notáramos una inconsistencia al interior del plano epistemológico de la arqueología conductual schifferiana:

Se presentarán hipótesis que, si se corroboran de manera adecuada, pueden contribuir a la posterior síntesis y sistematización de una teoría arqueológica que tenga utilidad explicativa y predictiva. Sin esta clase de marco de referencia que se preste al escrutinio, cualquier uso de datos arqueológicos para inferir actividades u organizaciones pretéritas es sumamente sospechoso (Binford 1968) y estará sujeto a interminables cuestionamientos. La generación y el uso explícito de conceptos sobre procesos de formación y otras ramas de la teoría arqueológica permitirá el planteamiento de genuinas afirmaciones intersubjetivas sobre el pasado.81

En otro manuscrito, el referido autor vuelve a argumentar que

Because the scientific study of human behavior is still in its infancy, the imposition ofsuch a set of causal principles would be premature and self-limiting. Thus, at present we favor the application and empirical testing of a wide array of explanatory frameworks regarding behavioral variation and change, and reject the notion that explanation in archaeology must proceed from a single high-level social or cultural theory.82

A partir de estos dos planteamientos podemos decir que la arqueología conductual también coquetea con una posición metodológica falsacionista, donde en principio el conocimiento es refutable (en torno al criterio de demarcación). Decimos que al parecer es un tipo de falsacionismo metodológico sofisticado83 en el sentido de que las hipótesis corroboradas de la arqueología conductual pueden servir como punto de arranque para construir teorías explicativas de la variabilidad de lo social con un mayor alcance. En torno al método, como se ha sugerido en apartados anteriores, la arqueología conductual busca la explicación de la interacción entre las conductas humanas y los artefactos mismos; por lo tanto, opera mediante teorías deductivas buscando la explicación de ciertos fenómenos de la realidad, en este caso la variabilidad de los componentes del registro arqueológico. Siguiendo entonces este tipo de pensamiento, la arqueología conductual, al menos en estos dos últimos planteamientos, concibe el crecimiento de su construcción a partir de refutaciones sucesivas.

Es notable el hecho de que existe una incongruencia en el seno mismo de la posición metodológica de la arqueología conductual. Esto en el entendido de que, por una parte, abrazan un verificacionismo y, por otro, un falsacionismo. Esto trae como consecuencia una inestabilidad interna en sus postulados que lo conllevan a evaluar su conocimiento de diferentes maneras. Por un lado se evalúa mediante la “comprobación” o, en su defecto, a partir de la “falsación”. Es factible que el uso de términos como “comprobar” o “refutar” no sean tomados en cuenta a la hora de redactar los manuscritos. Sin embargo, el hecho de que el autor no tenga en consideración este tipo de detalles epistemológicos trae como consecuencia que, dentro de un análisis teórico, se perciban irregularidades al interior de su construcción. Es el caso de la arqueología conductual, al menos en su posición epistemológica. Quizás el propio Schiffer no tenga en consideración las diferencias que existen entre los términos “corroborar” y “comprobar”, pero esto no salva el hecho de que dentro de la posición epistemológica schifferiana se encuentran algunos problemas conceptuales.

Asimismo, en el área epistemológica se encuentran los criterios de verdad. Veamos qué posición asumen los conductuales.

La identificación de los procesos de formación en los depósitos que proporcionarán evidencia para la inferencia, es el paso más importante en el proceso arqueológico. Cuando se “identifica” un proceso de formación, usando leyes que tratan sobre efectos, se puede inferir que este proceso ocurrió.84

Al parecer, nuestros arqueólogos conductuales asumen una noción de verdad como correspondencia con la realidad. Dado que sus planteamientos sobre los procesos de expresados como leyes, serán verdaderos o falsos en función de que dichos postulados correspondan con las condiciones del mundo. Si asumimos que el planteamiento schifferiano, a nivel ontológico, es realista, entonces es plausible que nuestra identificación del criterio de verdad como correspondencia sea correcto. Asimismo, siguiendo este marco de referencia, la relación epistemológica entre el sujeto y el objeto de estudio es realista, bajo la premisa de que la ontología se encuentra ligada íntimamente con la epistemología, ya que el objeto de estudio existe independientemente de nuestra percepción y refleja ciertas propiedades de la realidad.

Área metodológica

Decidimos dedicarle una sola sección al área metodológica, ya que se encuentra íntimamente relacionada con la epistemológica. Debemos recalcar el hecho de que no pretendemos hacer una división entre epistemología y metodología; simplemente le asignamos un propio apartado a la metodología para una exposición más consistente.

Algo que tanto los nuevos arqueólogos como los de orden conductual han perfeccionado es el aspecto técnico de recabación de datos. En el caso de la arqueología conductual, los mecanismos metodológicos de obtención de datos tienen la principal finalidad de justificar lógicamente las inferencias de sistemas conductuales pretéritos. Aquí hacemos alusión a las técnicas de arqueología experimental y etnoarqueología. De hecho, cuando los conductuales aceptan la refutación de propuestas arqueológicas, nuestra disciplina adquiere el carácter de ciencia, cuyo criterio de demarcación es precisamente el conocimiento refutable.85 Esto quiere decir que los partidarios de la arqueología conductual están abiertos a la crítica, corroboración y refutación. Por otro lado, dentro del área metodológica se insertan las heurísticas y las teorías de la observación.

Si algo es innegable en la construcción de la arqueología conductual, es el hecho de que la propuesta de Schiffer es una impresionante teoría de la observación, en tanto que las técnicas que emplea su corriente teórica (arqueología experimental y etnoarqueología) se constituyen como interesantes y viables maneras de producir hipótesis y recabar datos para trasladarlos a los componentes de los contextos arqueológicos. Al igual que las dos heurísticas aludidas, la analogía etnográfica86 se convierte en una importante herramienta de corte conductual para nuestros arqueólogos. Para ejemplificar lo anterior, es necesario volver a los planteamientos iniciales de Schiffer:

La estrategia dos […] se refiere al estudio de los artefactos del presente con el fin de establecer leyes científicas, siendo sus principales componentes la arqueología experimental y la etnoarqueología. Como parte de esta estrategia el arqueólogo intenta contestar preguntas generales que pueden producir los principios de mayor utilidad para la investigación de la conducta humana del pasado e incluso del presente.87

Posteriormente, en otro manuscrito, LaMotta y Schiffer apuntan:

Three decades of research within strategy 2, encompassing ethnoarchaeology and experimental archaeology, has resulted in the development of countless experimental laws pertaining to diverse processes of human behavior, from the use of pottery and groundstone tools, to the deposition of ceremonial trash and human remains.88

Es completamente cierto el hecho de que gran parte de las construcciones teóricas desprendidas bajo el amparo de la arqueología conductual han sido manufacturadas a partir de investigaciones contemporáneas. Con esto nos estamos refiriendo al hecho de que mediante los estudios de caso de arqueología experimental y de etnoarqueología, los conductuales han podido establecer ciertas caracterizaciones de orden general para explicar la variabilidad de los componentes de los yacimientos arqueológicos (a partir de un razonamiento transductivo, esto es, de lo conocido a lo desconocido). De hecho, parte de esta metodología inductiva ha sido criticada fuertemente con el argumento de que los arqueólogos conductuales son completamente ateóricos, hostiles a la explicación y a la construcción de teorías sociales,89 aunado al hecho de que el enfoque conductual parece inductivo en el sentido de que se propone la construcción de teorías sociales con base en las regularidades o interacciones observadas o inferidas entre la gente y los objetos.90

Como repasamos a lo largo de este breve ensayo, los arqueólogos conductuales no niegan la explicación de los procesos de formación; por lo tanto, el argumento de que no pretenden explicar nada no tiene cabida después de este análisis teórico. Finalmente, el supuesto inductivismo que acusan los arqueólogos conductuales para construir teorías no debe ser, desde nuestro punto de vista, tan criticado. Decimos esto en función de que, independientemente de que la construcción venga de un enfoque inductivo (deductivo o transductivo) y de agentes sociales y artefactos contemporáneos, dado que se pretende explicar (a partir de relaciones de causalidad) la variabilidad de los componentes de los contextos arqueológicos, no vemos en ningún lugar la incongruencia de usar estudios del presente para elaborar teorías e hipótesis de trabajo que permitan entender y explicar la variabilidad de la realidad estudiada. Siguiendo esta última idea, los datos recabados por los conductuales reflejan una estructura probable de las actividades de las sociedades pretéritas. Pero para que los datos adquieran mayor validez requieren de un reconocimiento de los procesos de transformación del registro, de ahí que el nivel de confiabilidad se adquiere cuando estos procesos son tomados en consideración en la práctica cotidiana de la arqueología.

A manera de conclusión

Hemos visto que la arqueología conductual es una postura teórica abocada, primordialmente, al entendimiento de los procesos que forman, transforman y preservan los componentes de los contextos arqueológicos. Michael Schiffer nunca se interesó en construir una postura teórica más ambiciosa, misma que diera cuenta de los cambios estructurales de las sociedades concretas pretéritas. Sin embargo, construyó la mejor teoría de lo observable que se tiene actualmente para la práctica arqueológica.

Ahora bien, en función de los resultados de nuestro análisis teórico, consideramos, en principio, que no íbamos a poder efectuar un análisis de esta corriente teórica. Pensábamos esto puesto que, como sabíamos que la arqueología conductual schifferiana se constituye más como una teoría de la observación que como una posición teórica, los rubros que integran una posición teórica no iban a estar presentes en la obra de Schiffer y seguidores. Afortunadamente nos dimos cuenta de que estábamos equivocados. Es factible que, aunado al hecho de que la arqueología conductual proviene, de manera materna, de la nueva arqueología, pudiera haber heredado algunos de sus planteamientos del “núcleo duro”. Por esta razón pudimos efectuar un análisis de la arqueología conductual mediante la concepción de posición teórica.

Como resultado del análisis, nos pudimos percatar de que esta postura posee un objetivo cognitivo explicativo, que asume una ontología realista o materialista, además de que acepta la causalidad de los fenómenos de la realidad. No obstante, al parecer esta construcción teórica presenta graves anomalías con respecto a su posición epistemológica, ya que, en algunos escritos, se nota una influencia muy marcada del verificacionismo (con su afán de comprobar hechos), en tanto que en otros se notan tintes falsacionistas, que bien pueden ser de tipo sofisticado, aunque no negamos la posibilidad de que, si se están mezclando los términos sin un conocimiento de los mismos, bien pudieran llegar a un falsacionismo dogmático.

Afortunadamente para los seguidores de la arqueología conductual, no se detectaron graves anomalías en las áreas valorativa y ontológica. Debido a lo anterior, y siguiendo lo establecido por Gándara,91 mientras no existan cambios ni anomalías sustanciales en el ámbito valorativo y ontológico, la posición teórica se puede mantener. Como corolario al comentario precedente, podemos argumentar que la arqueología conductual es medianamente consistente, al menos en los ámbitos valorativos y ontológicos, en tanto que acusa irregularidades en el plano epistemológico.

Quizá las irregularidades deban su génesis a que los arqueólogos conductuales no se han interesado realmente en elaborar teorías con un mayor alcance explicativo que los procesos de formación del registro arqueológico. Pero aquí no estamos elaborando un juicio sobre si es menester que estos teóricos elaboren teorías más complejas, ya que si desean manufacturar teorías con leyes de lo observable es enteramente válido, y muestra de ello son las fructíferas obras de Schiffer y sus seguidores. Como podemos notar, esta posición teórica tiene elementos consistentes internos que le permiten desempeñar lógicamente sus objetivos cognitivos. Aunado a lo anterior, si esta posición teórica, abocada primordialmente a la teoría de lo observable, cuenta con consistencia interna en la mayoría de sus áreas teóricas, puede, sin duda alguna, insertarse como una teoría aséptica de la observación, capaz de servir a distintas posiciones teóricas o, en su defecto, a diversas arqueologías temáticas. Aunado al hecho de que, como el mismo Gándara menciona,92 si la posición teórica es madura, al menos tendrá alguna teoría sustantiva93 que explicite y aplique sus supuestos básicos. En el caso de la arqueología conductual, las diversas teorías sobre los flujos de artefactos, los mecanismos de ingreso a contextos sistémicos y arqueológicos, así como las distintas vías en que son afectados los materiales, estructuras o depósitos, fungen, sin lugar a dudas, como teorías sustantivas. Estas construcciones teóricas, como los procesos de y transformación del registro arqueológico, englobadas en una teoría mayor, se constituyen entonces como teorías sustantivas que, concatenadas, dan vida a la formulación de orden mayor. Decimos esto en virtud de que los procesos de y transformación de los depósitos arqueológicos, bajo las propuestas schifferianas, son procesos de carácter general; gozan de una causalidad; son enunciados que se encuentran íntimamente vinculados y, sobre todo, aceptan la refutación, como vimos en el apartado del área epistemológica; lo mismo puede comentarse para las cadenas conductuales de los artefactos o del ciclo de vida sistémico y arqueológico que apuntan los schifferianos.

Asimismo, es importante comentar el hecho de que, en recientes publicaciones, Schiffer y sus seguidores94 dejan abierta la posibilidad para la construcción de una posición teórica, ya no abocándose únicamente a la conformación de una teoría observacional:

Behavioral archaeology is different from many other social sciences, including other branches of archaeology, in that it is based on the study ofinteractions between people and material objects (“behavior”). Behavioralists seek to develop appropiate method and theory for studying and explaining all forms of variation in human social life in terms of behavior. Among the first principles of the program is the conviction that variation in the form and arrangement of artifacts, architecture, and cultural deposits in living systems and in the archaeological record is most directly the product of human behavior […]. (Las cursivas son nuestras.)

Al adoptar un objetivo cognitivo explicativo general (dentro del área valorativa), buscando entender las diferentes conductas humanas y, sobre todo, al aseverar el hecho de que el objeto general de la arqueología conductual es la relación entre los seres humanos y los artefactos, los arqueólogos conductuales realizan una ontología de cómo es la realidad, explicitando mecanismos causales de las diferentes variables de la realidad. Dado lo anterior, la arqueología conductual puede pasar a convertirse en una posición teórica propiamente dicha al tratar de resolver preguntas de tipo “¿por qué es así la realidad social?” y “¿cómo se manifiestan sus variables?”. No obstante, es necesario que los partidarios de esta corriente explicatoria desarrollen sus planteamientos teóricos, epistemológicos y metodológicos para establecer una posición teórica consistente que dé cuenta de la variabilidad de lo social, misma que puede ser comparada con otras a partir de los elementos que constituyen una posición teórica.

Bibliografía

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Sobre la autor
Stephen Castillo Bernal
Escuela Nacional de Antropología e Historia.


Citas

  1. Manuel Gándara, “El análisis de posiciones teóricas: aplicaciones a la arqueología social”, en Boletín de Antropología Americana, 27, 1993. [↩]
  2. Ibidem, p. 8. [↩]
  3. Ibidem, p. 9. [↩]
  4. Ibidem, p. 9. [↩]
  5. Idem. [↩]
  6. Ibidem, p. 10. [↩]
  7. Véase, por ejemplo, el trabajo de Manuel Gándara (“Algunas notas sobre el análisis del conocimiento”, en Boletín de Antropología Americana, 22, 1990, pp. 15-16) para un mejor entendimiento de los diferentes tipos de criterios de verdad. [↩]
  8. Manuel Gándara, op. cit., 1993. [↩]
  9. Ibidem, p. 7. [↩]
  10. Thomas Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, 1971. [↩]
  11. Michel Foucault, La arqueología del saber, 1999 [1970]. [↩]
  12. Fernando López Aguilar, comunicación personal, 2005. [↩]
  13. Michel Foucault, op. cit., p. 39. [↩]
  14. Ibidem, p. 46. [↩]
  15. Imre Lakatos, La metodología de los programas de investigación científica, 1983. [↩]
  16. Michel Foucault, op. cit., p. 287. [↩]
  17. Ibidem, pp. 304-305. [↩]
  18. Ibidem, pp. 322-323. [↩]
  19. Donde la realidad es construida por el observador, esto es, la realidad no es independiente de la percepción sensorial humana. [↩]
  20. Claro está que para que se pueda comparar algo es necesario que existan criterios clasificatorios afines, mismos que, al parecer, se encuentran en el área valorativa y ontológica. Decimos lo anterior puesto que no es posible estudiar algo sin tener una finalidad (área valorativa) y, segundo, porque no podemos estudiar algo de lo que no tengamos conocimiento alguno y, para tener conocimiento alguno de algo es necesario tener una visión o imagen de nuestra realidad (área ontológica). Por tal razón, concebimos que aunque una postura teórica sea anárquica, hermenéutica, verificacionista, etcétera, al menos si tiene una concepción sobre la realidad y sobre el tipo de conocimiento que pretende lograr, el análisis teórico de Manuel Gándara puede operar sin contratiempos. [↩]
  21. Manuel Gándara, op. cit., 1993, p. 8. [↩]
  22. Michael Schiffer, Behavioral Archaeology, 1976. [↩]
  23. Michael Schiffer, Formation processes of the archaeological record, 1996[1987]. [↩]
  24. Desafortunadamente son muy pocos los estudios de caso en los que se aplican de manera seria los postulados de la arqueología conductual schifferiana. Por tal motivo, el mismo Schiffer (“¿Existe una premisa de Pompeya en arqueología?”, en Boletín de Antropología Americana, 1988, p. 28) comenta el hecho de que la arqueología conductual se encuentra aún en construcción, motivo por el cual posiblemente otros investigadores no hacen uso de esta herramienta teórica de la observación. [↩]
  25. Michael Schiffer,”El lugar de la arqueología conductual en la teoría arqueológica”, en F. Gallardo, L. Suárez y L. Cornelo (eds.), Arqueología y ciencia. Segundas jornadas, 1987, p. 99. [↩]
  26. Michael Schiffer, “La arqueología conductual”, en Boletín de Antropología Americana, 1991a, p. 32. [↩]
  27. Idem. [↩]
  28. Idem; Michael Schiffer, op. cit., 1976, pp. 5-7. [↩]
  29. Michael Schiffer, op. cit., 1976, pp. 7-8. [↩]
  30. Michael Schiffer, “Los procesos de del registro arqueológico”, en Boletín de Antropología Americana, 1991, p. 40. [↩]
  31. Michael Schiffer, op. cit., 1976, pp. 14-16; 1991; 1996. [↩]
  32. Michael Schiffer, op. cit., 1991, p. 40. El lector interesado en las distintas variedades de reuso, depósito cultural, reclamación y perturbación, puede consultar directamente el trabajo de Michael Schiffer, op. cit., 1996, en específico los capítulos 3, 4, 5 y 6. [↩]
  33. Michael Schiffer, op. cit., 1987, p. 207. [↩]
  34. Michael Schiffer, “Contexto arqueológico y contexto sistémico”, en Boletín de Antropología Americana, 1990 [1972], p. 83. [↩]
  35. Manuel Gándara, “La vieja ‘Nueva Arqueología’”, en Teorías, métodos y técnicas en arqueología, 1982, p. 39. [↩]
  36. Entendiendo como teoría de rango medio a lo que coloquialmente conocemos como teoría arqueológica. Cabe mencionar que las teorías de rango medio buscan establecer, de manera analítica, las relaciones sociales pretéritas que dan origen a los depósitos arqueológicos. En el caso de la arqueología conductual, la teoría de rango medio se constituye con la teorización sobre los procesos de formación y transformación del registro arqueológico, tanto naturales como sociales. [↩]
  37. Remitimos al lector, de manera casi obligatoria, al texto de Manuel Gándara (op. cit., 1982), sobre todo porque en éste se caracteriza, en los términos conceptuales de una posición teórica, a la Nueva Arqueología. [↩]
  38. Ibidem, p. 63. [↩]
  39. Lewis Binford, “A consideration ofarchaeological research design”, en American Antiquity, 1964, p. 25. [↩]
  40. Michael Schiffer, op. cit., 1990, p. 81. [↩]
  41. Michael Schiffer, op. cit., 1988, p. 5. [↩]
  42. Idem. [↩]
  43. Ibidem, p. 6. [↩]
  44. Idem. [↩]
  45. Ibidem, pp. 12-18. [↩]
  46. Un contexto arqueológico está referido al conjunto de materiales, estructuras y espacios que dejan de interactuar con agentes sociales, esto es, cuando son desvinculados de toda actividad humana (Felipe Bate, El proceso de investigación en arqueología, 1998, p. 09). En la terminología conceptual de Schiffer, este tipo de contexto es denominado sistémico. [↩]
  47. No deseamos profundizar respecto a las características fundamentales de cada uno de los agentes de transformación del registro arqueológico, en específico con los procesos culturales de deposición. De igual manera, tampoco queremos ahondar en demasía respecto a los procesos naturales de afectación de depósitos. En todo caso, y si el lector se siente interesado, puede consultar directamente a Michael Schiffer, op. cit., 1996. [↩]
  48. Michael Schiffer, op. cit., 1988, p. 27. [↩]
  49. Fernando López, “Los procesos de abandono. Lo blanco y lo negro de la interpretación arqueológica”, en Trace, 2003, p. 58. [↩]
  50. Lewis Binford, Debating Archaeology, 1989, p. 76. [↩]
  51. Ibidem, p. 77. [↩]
  52. Michael Schiffer, op. cit., 1988, pp. 27-28. [↩]
  53. Fernando López, op. cit., 2003, p. 61. [↩]
  54. Idem. [↩]
  55. Bajo el argumento de que la teoría puede crear ceguera al momento de la observación sobre las variables o manifestaciones de la realidad (ibidem, p.61). [↩]
  56. De hecho, toda construcción teórica, por ser una abstracción que reduce la realidad, tiende a iluminar ciertos aspectos de la misma, pero oscurece otros segmentos, por lo que toda teoría presentará “hoyos negros” en su aplicabilidad empírica y consistencia interna. [↩]
  57. En contraposición con la famosa premisa de Pompeya. [↩]
  58. Fernando López, op. cit., 2003, p. 66. [↩]
  59. Ibidem, p. 7. [↩]
  60. Edward Harris, Principios de estratigrafía arqueológica, 1991. [↩]
  61. Patricia Fournier, 2004, comunicación personal. [↩]
  62. Manuel Gándara, op. cit., 1993, p. 8. [↩]
  63. Michael Schiffer, op. cit., 1991, p. 32. [↩]
  64. Michael Schiffer, op. cit., 1987, p. 211. [↩]
  65. Vincent LaMotta y Michael Schiffer, “Behavioral archaeology. Toward a new synthesis”, en Ian Hodder (ed.), Archaeological Theory Today, 2001, p. 15. [↩]
  66. Michael Schiffer, op. cit., 1987, p. 201. [↩]
  67. Manuel Gándara, op. cit., 1993. [↩]
  68. Michael Schiffer, op. cit., 1987, p. 201. [↩]
  69. Por ejemplo, Schiffer, en su obra Behavioral Archaeology (op. cit., 1976, p. 5), dentro de las estrategias iniciales de la arqueología conductual, vuelve a hablar de un objetivo cognitivo explicatorio: “The strategy is concernid with using material culture that was made in the past, to answer specific descriptive and explanatory questions about the behavioral and organizational properties of past cultural systems”. [↩]
  70. Lewis Binford, op. cit., 1964, p. 425. [↩]
  71. Michael Schiffer, op. cit., 1976, pp. 11-12. [↩]
  72. Manuel Gándara, op. cit., 1990, p. 16. [↩]
  73. Michael Schiffer, op. cit., 1987, pp. 202, 203. [↩]
  74. Ibidem, p. 203. [↩]
  75. Michael Schiffer, op. cit., 1996. [↩]
  76. Véanse, por ejemplo, los modelos de flujo que propone Michael Schiffer (op. cit., 990) para los instrumentos consumibles y no consumibles. En este trabajo, el autor realiza una secuencia de la vida útil de los implementos, apuntando los rasgos y categorías esenciales de cada instancia, obedeciendo de esta manera a algunos principios de causalidad. [↩]
  77. Vincent LaMotta y Michael Schiffer, op. cit., 2001, p. 14. [↩]
  78. Michael Schiffer, op. cit., 1976, pp. 5, 6. [↩]
  79. Michael Schiffer, op. cit., 1987, p. 210; las cursivas son nuestras. [↩]
  80. Manuel Gándara, op. cit., 2004; comunicación personal. [↩]
  81. Michael Schiffer, op. cit., 1990, p. 82; las cursivas son nuestras. [↩]
  82. Vincent LaMotta y Michael Schiffer, op. cit., 200, p. 9. [↩]
  83. Véase el importante trabajo de Imre Lakatos, op. cit., 1983, para una explicitación más amplia del metodológico sofisticado. [↩]
  84. Michael Schiffer, op. cit., 1987, p. 203. [↩]
  85. Claro está que siendo la arqueología conductual una construcción estadounidense, no llegan a negar la proposición de que la arqueología debe verse como antropología (Patricia Fournier, 2005; comunicación personal). [↩]
  86. Véase el trabajo de Manuel Gándara, “La analogía etnográfica como heurística: lógica muestral, dominios ontológicos e historicidad”, en Yoko Sugiura y Mari Carmen Serra (eds.), Etnoarqueología. Primer coloquio Pedro Bosch-Gimpera, 1990, sobre el papel de la analogía etnográfica en la práctica arqueológica, sobre todo como una vía heurística para elaborar hipótesis de trabajo. [↩]
  87. Michael Schiffer, op. cit., 1991, p. 32. [↩]
  88. Vincent LaMotta y Michael Schiffer, op. cit., 2001, p. 16. [↩]
  89. Ibidem, p. 17. [↩]
  90. Idem. [↩]
  91. Manuel Gándara, op. cit., 1993. [↩]
  92. Ibidem, pp. 10, 11. [↩]
  93. Bajo el entendido de que una teoría sustantiva se constituye como un conjunto de enunciados sistemáticamente relacionados, que incluyen principios generales, que en principio son falseables y que son propuestos para explicar o comprender un fenómeno o proceso. [↩]
  94. Vincent LaMotta y Michael Schiffer, op. cit., 2001, pp. 14-15; Manuel Gándara, 2004, comunicación personal. [↩]

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