Lo que podamos decir acerca de la religión popular necesariamente se alimenta de una dicotomía, que opone a ésta aquella otra denominada religión oficial. La relación entre estas dos modalidades puede establecerse de distintas formas. Una de las más divulgadas tendencias alrededor de la religión popular parte de la premisa de que sólo existe la religión oficial (para el caso de México, predominantemente la católica) y que las prácticas religiosas llamadas populares son la manera burda con que arremedan a lo oficial los estratos de población “bajos” del sistema social, incapaces de acceder a la sofisticación del discurso teológico aceptado. Así pues, partiendo desde la religión oficial y su enfoque teológico-pastoral, al momento de definir la religión popular emite un juicio de valor para calificarla en términos de “religiosidad tradicional”, “ignorante”, “supersticiosa”, “pagana”, en relación a sí misma —la religión oficial—, juzgada a priori como “auténtica” y “verdadera”.
Al respecto, Félix Báez apunta lo siguiente en el libro que aquí se presenta:
Estudiar la religión popular equivale a explicar las mediaciones simbólicas e ideológicas que denotan las relaciones hegemónicas y contrahegemónicas entre la autoridad eclesiástica y las comunidades de creyentes, finalmente, un aspecto de la práctica del poder. El enfoque histórico que, necesariamente, debe conducir estas pesquisas es contrario a las ópticas que privilegian el análisis sincrónico o funcional. Subraya las relaciones entre los sujetos y la sociedad en situaciones concretas, contextuadas en la dialéctica de la “acción recíproca” que se expresa en procesos. Desde esta ventana analítica el concepto de religión popular identifica imágenes del mundo, es decir, sistemas de prácticas y creencias en torno a lo sagrado, históricamente configurados y estructuralmente condicionados, construidos en condiciones signadas por el dominio y la subalternidad (p. 265).
El libro hace honor a su título de forma plena, pues el autor escenifica efectivamente, a lo largo de sus páginas, un verdadero debate en torno al problema de la religión popular, haciendo intervenir a un número muy considerable de autores en una muy extensa línea temporal. No solamente incluye a aquellos que son compatibles con su propia postura, sino que integra —en una remarcable honestidad académica y teórica— los diferentes aportes al respecto, en una revisión crítica que rebasa con mucho los horizontes de una mera recopilación y que presentan —en su conjunto— una pertinente y muy actual contribución original al tema desde la perspectiva relacional de poderes en contextos culturales indígenas insertos en ámbitos sociales más amplios, notoriamente asimétricos.
En este sentido, lo primero que quisiera destacar es el vigor y el tino que Félix Báez-Jorge demuestra en esta obra. Vigor para emprender tamaña empresa al nivel de profundidad y rigor teórico con el que lo hace, y el tino para no perderse, en ningún momento, en la inmensidad de datos y referencias presentadas, manteniendo de principio a fin la línea argumentativa en un hilo conductor que cruza todo el texto sin romperse.
El autor parte de diferenciar los términos de religión popular y catolicismo popular. No los considera como sinónimos, aunque en las disertaciones en derredor del problema religioso popular suele usárseles como tales sin distingo alguno. La radical diferencia que enfatiza Báez-Jorge, mucho más allá de una estéril discusión nominal, tiene que ver con la realidad social que subyace en el fenómeno religioso observado, y las implicaciones que el uso de uno u otro término conlleva.
Nuestro autor privilegia la religión popular, pues desde su perspectiva la expresión catolicismo popular implicaría una necesaria vinculación a la instancia católica oficial, que dejaría fuera la parte “original indígena”, esa donde se dan las “rarezas” contrastables con la instancia hegemónica, y que —en este caso, desde este enfoque antropológico— es lo que más interesa, pues evidencia una realidad socio-cultural históricamente configurada en la fricción y el conflicto entre la oficialidad y las instancias populares. La expresión religión popular permitiría integrar la posición —en términos de poder— que los distintos actores sociales juegan en la vivencia de estos fenómenos religiosos, sin el a priori de una referencia exclusiva y definitoria a la instancia hegemónica, ella sola como protagonista única sin interlocutor.
Al ser este texto el producto de una investigación iniciada décadas atrás, e ubica en la secuencia de libros que Félix Báez nos ha legado en este tema: Las voces del agua (1992), La parentela de María (1994), Entre los naguales y los santos (1998), Los oficios de las diosas (2000), Los disfraces del Diablo (2003), y Olor de santidad (2006). A esta lista se suma el actual volumen, y acerca de la particularidad del mismo, en las propias palabras del autor: “A lo largo de este ensayo he procurado situarme en una perspectiva desde la cual observo a la religión oficial y a la religión popular como fuerzas sociales y entidades simbólicas que (aunque sus manifestaciones puedan ser polares) en condiciones particulares llegan a expresarse de manera concertada. Erróneo sería reducir una a la otra, e igualmente equivocado sería examinarlas de manera aislada” (p. 289).
En la interacción de ambos sectores sociales se generan los mecanismos propios de las dinámicas de la religión popular, que son una ventana privilegiada para asomarnos al complejo entramado social que subyace en estas expresiones religiosas interactuantes dialécticamente.
El autor pertinentemente insiste en que los fenómenos suscitados en la religión popular no pueden ser explicados en términos universales, sino que tienen siempre un referente doméstico; por lo tanto, no es posible dar notas definitorias decisivas acerca de los mismos que se apliquen de manera universal a todo lugar y circunstancia. La configuración histórica y cultural local es decisiva, por lo que la forma concreta que estas vivencias religiosas populares asumen en la praxis dependen en todo sentido de las circunstancias concretas de la realidad social en que se suscitan, en sus propias palabras: “En tanto expresiones de la conciencia, las múltiples acepciones de lo sagrado son proyecciones subjetivas de los sujetos sociales” (p. 45), por lo que se requiere, en el esfuerzo analítico, colocar en primer lugar la realidad y no sacrificarla por pretensiones de corte universalista o arquetípico.
Subyace en estos planteamientos la firme convicción de que el ámbito de lo sagrado tiene cimientos terrenales que se configuran históricamente, por lo que no es posible ignorar esa configuración y determinación histórica en la aproximación teórica a lo sagrado. La especificidad que las manifestaciones religiosas asumen en un contexto social específico, dependen directamente de factores materiales históricamente determinados y no de modelos universales privados de contexto.
El texto es una referencia obligada para aquellos que estamos en este proceso continuo de reflexión académica en torno a las cuestiones religiosas populares. Aporta una gran fineza conceptual que permite distinguir términos que en la cotidianidad caen en un uso indiscriminado y generan —tarde o temprano— confusiones teóricas, tal es el caso de la diferenciación que el autor hace acerca de “religiosidad popular” y “religión popular”, pues aunque cercanos, se refieren a campos que se distinguen dada su extensión, siendo el de religiosidad popular un término descriptivo ligado al de “religión popular”, de suyo mucho más amplio, y que al usarse como sinónimos hacen perder el matiz propio que cada uno engloba. Yo me incluyo en dicha falta, y este aporte nos obligará a varios a revisar en nuestras disertaciones el uso indiscriminado de varios conceptos de este tipo. Al menos será una piedra de choque frente a la cual habrá que posicionarse, pero no será posible ignorarla.
Ahora bien, pasando a otro de los grandes temas articulados en este libro, se hace patente que en la lógica cultural que subyace a la religión popular indígena se debate la identidad, pertenencia y cobijo social de grupos poblacionales subalternos que no se sienten identificados con lo que se dicta desde la hegemonía, y encuentran refugio a su propia singularidad en las expresiones religiosas populares y las instancias que las posibilitan. En este sentido, el peso que la identidad tiene en estos procesos religiosos populares es un elemento que no puede pasar desapercibido, como bien apunta el autor: “Las complejas y diversas manifestaciones de la religión popular indígena se dinamizan en la memoria colectiva, proceso que se traduce en fortaleza identitaria” (p. 289), para finalmente concluir en los siguientes términos:
La memoria colectiva acumula y actualiza sucesos, pautas y valores al tiempo que conduce al ejercicio de la conciencia, es decir, al acto del conocimiento que se concreta en los planos conscientes e inconscientes del aparato psíquico. En este depósito activo se articulan y reelaboran las formas simbólicas que las tradiciones culturales cohesionan para convertirlas en partes sustantivas de los procesos sociales. En su concreción factual, memoria colectiva y cotidianidad dialogan en singular comunidad creativa. Más allá de los cielos y de los infiernos, ésta es la fuerza que construye y dinamiza los cultos populares (pp. 292-293).
Así pues, como puede apreciarse a grandísimos rasgos, este libro ofrece un amplio abanico de posturas teóricas en torno a la religión popular y los temas que se articulan en derredor, como relaciones de poder, hegemonía y contrahegemonía, estrategias de grupos subalternos frente a la imposición del grupo dominante. Se trata a través de sus páginas los problemas relacionados con los procesos vividos en la tradición religiosa mesoamericana en relación dialéctica con el poder clerical; así, en el recorrido surgirán y se articularán temas como la historia, etnicidad, memoria e identidad, todo desprendido del análisis de la religión popular y sus procesos.
No puedo terminar esta reseña sin expresar abiertamente mi admiración por la forma en que Félix Báez plasma en este texto sus propias ideas y aportes, totalmente rodeado de una admirable representación de muy variados pensadores que se han expresado en relación con el tema analizado, provenientes no sólo de la antropología, sino también de la filosofía y la literatura: Lafaye, Gramsci, Lanternari, Marx, Habermas, Dostoievski, Carrasco, Broda, Aguirre Beltrán, Millones, López Austin, Velasco Toro, Bonfil Batalla, entre muchos, realmente muchos otros autores, logrando un muy nutrido debate en torno a sus planteamientos, de entre los cuales despuntan los propios del autor. La total honestidad y respeto que manifiesta en los argumentos ajenos, aun cuando disienta, genera una discusión abierta con pensadores vivos y muertos, en el perenne presente de la academia. La ausencia total de descalificaciones, adjetivos despreciativos o minusvaloración del trabajo teórico ajeno nos habla ya de la calidad humana del autor, y nos recuerda que es posible construir no sólo en los puntos de acuerdo, sino también —y de forma tal vez más fructífera— en la disensión decente y respetuosa, que con toda dignidad puede presentar sus aportes que se yerguen por mérito propio. Pertenencia a una vieja escuela, que hoy tristemente se echa mucho de menos en una cada vez más cotidiana soberbia intelectual totalmente estéril, sorda y muda, que desde su propia actitud cierra toda puerta al diálogo constructivo e interactuante.
De esta manera, el referido libro constituye un aporte, no solamente por la riqueza de sus contenidos, sino por la forma en que éstos se presentan, una verdadera pedagogía implícita en el método de disertación empleado.
Sobre el autor
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes.