Mario Camarena Ocampo, Jornaleros, tejedores y obreros. Historia social de los trabajadores textiles de San Ángel (1850-1930), México, Plaza y Valdés, 2001.

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DA26R2El tema del libro, expresado claramente en el subtítulo, se inscribe en el marco de una corriente de investigación que recibe un fuerte impulso en la década de los años setenta -la historia social y del trabajo- y que no parece en riesgo de perder aliento en los años por venir. Hasta donde se puede ver, el trabajo, al lado de la tierra y el capital, continuarán siendo los pilares de la economía en el siglo XXI, como lo fueron en el siglo de David Ricardo.

Desde una mirada de conjunto, la obra ofrece a través de sus 202 páginas (introducción, seis capítulos y conclusiones) un estudio serio y ciertamente afortunado en cuanto a las inquietudes que se planteó la investigación que dio por resultado este libro:

¿Qué condiciones permitieron el surgimiento de las fábricas en el municipio de San Ángel? ¿Qué características tuvieron los trabajadores durante la segunda mitad del siglo XIX y qué influencia tuvieron dentro del proceso de trabajo? ¿Cuál fue la relación que se dio entre los hombres y las máquinas dentro del proceso de trabajo textil? ¿Cuál fue la organización del trabajo fabril a partir de los trabajadores calificados? ¿Cómo se expresaron los trabajadores en la lucha? ¿Qué grupos de trabajadores fueron los promotores de una cultura obrera?1

Mario Camarena presenta, de inicio, una revisión historiográfica que permite al lector observar el curso que ha seguido la problemática obrera a lo largo del siglo XX mexicano. La divide en tres grandes momentos: de 1920 a la década de los años sesenta, periodo en el que predominan los testimonios, las crónicas y los “escritos de historia militante con fuerte sentido autobiográfico”. El segundo gran momento tiene lugar a lo largo de la politizada década de los años setenta, cuando la historia obrera estuvo marcada, de acuerdo con Camarena: 1) por el interés por explicar los mecanismos de institucionalización de las organizaciones obreras y el rompimiento de las formas de control estatal, 2) por una visión ideal en torno al movimiento obrero en que se buscaban las diferentes etapas por las que ha pasado hasta su “llegada al socialismo” y 3) por cierto afán por justificar y explicar la posición revolucionaria de la clase obrera. Los estudios de este periodo, comenta el autor, se hacían desde una perspectiva general y privilegiando los marcos teóricos. El tercer gran momento aparece a fines de la década de los años setenta con el debate entre la región o la nación bajo la influencia de los trabajos de Luis González. La producción se orienta, entonces, a estudiar casos concretos, delimitados a una fábrica, una región o una huelga; se dedican más esfuerzos a la historia social que a la historia política y se abren nuevas temáticas vinculadas a la formación de la clase obrera, como el origen, la vida familiar, estudios comparativos bajo la perspectiva de género y la articulación entre formas artesanales con procesos de producción propiamente capitalistas.

De esta revisión destacan dos aspectos: el argumento con el que Camarena resuelve el debate entre la región y la nación, por un lado, y el orden de problemas en los que ubica su propio trabajo. Del primero nos dice que

el problema no está en el espacio, sino en tratar de entender a los hombres de carne y hueso en el ámbito en el que se desenvuelven, […] son las relaciones las que delimitan el ámbito espacial y éste es un problema por investigar que no puede ser planteado a priori.2

Del segundo aspecto, se puede decir que Jornaleros, tejedores y obreros… hace parte de la vertiente de investigación enfocada a analizar los procesos de trabajo y el cambio tecnológico, pero incorporando las relaciones que se dan entre los hombres y las máquinas, un nuevo punto de partida que busca “…la reincorporación de la experiencia humana en ese largo y crucial momento de la formación de una sociedad clasista”.3

Desde una visión de conjunto, la obra recorre el universo de los obreros textiles de San Ángel entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, optando por una exposición organizada temáticamente: el origen de las fábricas y su desarrollo hasta convertirse en un importante conglomerado industrial; el origen de los trabajadores que laboraron en ellas: campesinos, jornaleros, artesanos y obreros; las condiciones de vida, de trabajo y las relaciones cotidianas entre patrones y obreros; los obreros y su relación con las máquinas; las mentalidades, la religiosidad, la educación y las formas de protesta; los sindicatos y las posiciones políticas.

El primer capítulo se refiere a las condiciones que permitieron el surgimiento de las fábricas en el municipio de San Ángel, así como las características que las distinguen de otros conglomerados industriales. Mario Camarena nos dice que este corredor fabril nació en el segundo tercio del siglo XIX, conectado con una economía regional que abarcaba, desde el siglo XVII, los valles de México, Toluca y Cuernavaca. Se trata de fábricas que mantuvieron cierto carácter ruralizado y surgieron por la confluencia de recursos naturales y cierta estructura económica y social:

…hacia 1856, la mayoría de la gente en el municipio de San Ángel eran jornaleros que se encontraban en las tareas rurales e industriales que requerían tanto las fábricas de tejidos, papeleras o haciendas y ranchos, yendo constantemente de un lugar a otro, situación que prevaleció hasta principios del siglo XX, de ahí que no hubiera obstáculos para la transferencia de gente ocupada en menesteres no industriales a los industriales.4

También influyó la cercanía de la Ciudad de México, la modernización de los transportes y, de manera destacada, la contradicción que se dio entre artesanos y comerciantes por el mercado y la producción de la Ciudad de México: instalarse en la ciudad habría implicado entrar en la disputa con los artesanos, lo que se evitaron instalando las factorías en San Ángel, “zona rural que se regía por una lógica de trabajo agrícola”.

De la historia de los primeros empresarios de las fábricas textiles de San Ángel, Mario Camarena nos dice que el proceso de formación de la cultura industrial fue lento y tortuoso, siendo hasta finales del siglo XIX cuando encontramos ya a grupos de industriales cuya opción de vida son las fábricas y no el comercio. En este proceso fue importante la constitución de sociedades anónimas, por la concentración de capitales (que fomentó la creación de edificios más funcionales) y por la modernización de las fábricas.

El origen de los trabajadores, tema central del segundo capítulo, es analizado minuciosamente por el autor. Establece relaciones entre las continuidades y rupturas en la actividad principal de los trabajadores fabriles del periodo, muestra con cuadros y gráficas el origen territorial de los pobladores sanangelinos, esboza el comportamiento demográfico de las distintas comunidades cruzando esta información con las actividades principales que registraban y nos acerca a la vida de algunas de las principales fábricas textiles en los años en los que estaba por definirse aún el carácter fabril y capitalista de esta industria. Los híbridos son, al parecer, la nota dominante: los obreros son también campesinos, los artesanos se incorporan con sus medios de trabajo, las mujeres y los niños están presentes en la fábrica bajo la tutela del padre también trabajador, se hereda el oficio de maestros a aprendices y de padres a hijos, se mantienen las fiestas y se practica el “san lunes”. Los patrones luchan contra el desarraigo y disminuyen costos de producción ofreciendo tierras en préstamo a sus trabajadores, lo que permitía, a la vez, el pago de los más bajos salarios.

El tercer capítulo se dedica a analizar los principales aspectos de la gestión patronal, a la que Mario Camarena nombra, convincentemente, como paternalista. Es la forma por medio de la cual los empresarios trataban de reproducir la fuerza de trabajo industrial, asegurar su eficiencia productiva, alejar a los trabajadores del campo y los talleres artesanales. Lo hacían tratando de aislar física y socialmente a las fábricas, que se construían a la manera de las haciendas, formando una unidad entre el espacio de la producción y el de las habitaciones.

Un ejemplo lo fue la fábrica textil La Magdalena, que contaba con un gran muro de ladrillos, un pórtico gigantesco, ventanas y puertas de doble madera y vidrios con dinteles de madera.

El control de la vida y las costumbres de los trabajadores pasaba por el reglamento y la severa mirada patronal. Hasta el consumo se decidía por esta vía. Con todo, el paternalismo pasó por dos momentos: de 1850 a 1920 aproximadamente, de paternalismo dominante; y de 1920 a 1940 cuando este modelo se debilitó para dar paso a un control menos personalizado, en el que el administrador tomó el papel del antiguo patrón que en este periodo solía mudarse a la ciudad. El alejamiento de la figura patronal paternal daba pie a la formación de solidaridades horizontales, entre trabajadores. De ahí la importancia, nos dice el autor, de la formación del primer sindicato de la industria textil en San Ángel en 1905.

De los obreros y su relación con las máquinas se ocupa Mario Camarena en el cuarto capítulo. Lo aborda analizando cinco aspectos: el proceso de producción y sus transformaciones, la organización del trabajo, la división del trabajo, la lógica artesanal del trabajo y la disciplina interna. Como en los otros capítulos, el autor contrasta el enfoque de su trabajo con el utilizado en otras investigaciones dedicadas a este orden de problemas. Se trata de un periodo de cambios importantes: aumentó la concentración de trabajadores en las fábricas (en 1924 las fábricas La Magdalena y La Hormiga llegaron a tener 1 200 trabajadores cada una); disminuyó el número de oficios, aumentando la división del trabajo; el control de los empresarios sobre los trabajadores se fortaleció, combatiendo las costumbres adversas a los intereses de los fabricantes; se combinaron diferentes fuentes de energía, incorporando a fines del siglo XIX la energía eléctrica; aunque por algún tiempo convivían talleres artesanales con las fábricas, los primeros perdían importancia frente a los segundos. Los principales cambios modernizadores tuvieron lugar durante el Porfiriato, cuando aumentó notablemente la producción y “la especialización del espacio dispuso a las máquinas según un orden estricto y asignó a cada obrero un lugar”. La maquinización, con todo, avanzó lentamente: durante la segunda mitad del siglo XIX, y aun durante las primeras décadas del XX, la fuerza de trabajo continuó siendo fundamental en el proceso de trabajo. Aumentaron incluso las habilidades de los trabajadores para hacer funcionar adecuadamente las máquinas. De ahí el importante y en ocasiones ambiguo papel que jugaron los maestros: prestigio y respeto, por un lado, y prerrogativas especiales de las que, en ocasiones, abusaban.

El quinto capítulo, “Entre el catolicismo y el liberalismo del obrero”, analiza la influencia de las ideas liberales en las demandas de los trabajadores textiles. Este liberalismo, nos dice Mario Camarena, se entretejió con un nacionalismo en los conflictos laborales y tuvo que imponerse a un catolicismo colonial. Se trata, desde mi punto de vista, de uno de los más interesantes capítulos del libro: expone con claridad el complejo y contradictorio papel de la religiosidad católica popular. Otorga un sentido de moralidad y razón de ser al mundo del trabajo, ofrece sentido de protección, se adopta y adapta para cada fábrica y aun para cada departamento con un altar propio; con una fiesta particular. Es también terreno de disputa: los patrones pedían menos fiestas, a las imágenes religiosas los obreros les podían asignar filiación clasista. El discurso religioso justificaba la laboriosidad, el respeto y las buenas costumbres, por otro lado influía en las ideas de justicia, igualdad y ciudadanía que se desarrollaron a lo largo del periodo estudiado. En la incorporación de las ideas liberales y socialistas, Mario Camarena ve como pieza clave, de nueva cuenta, a los maestros: trabajadores calificados cuya visión urbana permitía que estas ideas fructificaran. De las formas de organización y resistencia, el autor destaca las figuras del mutualismo, el sindicato y las primeras demandas en las que, nos dice, se privilegiaba la nacionalidad frente a la clase. En los años de la Revolución, el Departamento del Trabajo (1912) estableció el primer reglamento para todas las fábricas del país y los trabajadores obtuvieron el derecho al voto (1917). De los textileros en la Revolución, comenta:

En 1910 los trabajadores de Tizapán y Contreras participaron en una marcha contra la reelección de Díaz y por el sufragio efectivo y la no reelección. También participaron en la contienda armada de diversas maneras; una de ellas fue a través de formar sus propios grupos armados y pelear al lado de Madero, más tarde dentro de los Batallones Rojos.5

Camarena enfatiza el éxito que entre los obreros de la época tuvo el liberalismo y, en particular, las ideas en torno de la igualdad y la libertad. No fue, sin embargo, sino hasta la década de 1920, que apareció el derecho de asociación.

El sexto y último capítulo centra el interés en la organización y movilización de los maestros textileros, quienes empezaron a perder poder dentro de la fábrica, tanto por el proceso de homogeneización del trabajo, como por las crisis de sobreproducción que enfrentaban las fábricas textiles desde principios del siglo XX. Entre 1906 y 1920, relata Mario Camarena, se crearon diversos sindicatos en las fábricas textiles: un requisito de afiliación a éstos consistía en la posesión de un oficio. A través de las luchas sindicales, la pérdida del poder basado en la calificación laboral fue compensada por la obtención de logros sindicales. Con todo, el capítulo nos muestra, a través de entrevistas y fragmentos de reglamentos de fábrica, memorandos de reuniones, etcétera, las diversas contradicciones presentes en las relaciones entre obreros y patrones durante las primeras décadas del siglo. Por ejemplo, frente a la incidencia de los trabajadores y el sindicato en la organización y administración de la fábrica, o por la duración de las reuniones sindicales en horas laborables, o por el reconocimiento del sindicato como representante de los obreros. El contrato colectivo de 1925, que incluía a miembros del sindicato en cuestiones de reclutamiento y ascenso del personal, “otorgó una exclusividad a los trabajadores y un sentido de protección hasta ya muy avanzado el siglo XX”.6 Hacia el final del capítulo, el autor refiere las diferencias y conflictos entre la CROM y la CGT, esbozando brevemente un panorama que da idea de las principales corrientes ideológicas de la época.

Jornaleros, tejedores y obreros… ofrece, sin duda, una visión innovadora en el campo de estudios de la clase obrera mexicana, enriqueciendo la perspectiva histórica con las aportaciones de la antropología social. En ese sentido, el trabajo es también un ejercicio metodológico importante. Sugiere, además, posibles rutas de investigación en otras ramas de la industria, en otras regiones del país, con más o menos énfasis en algunos de los muy diversos aspectos tratados aquí por Mario Camarena. Deja, por otro lado, inquietudes y preguntas como las siguientes: ¿la descalificación del trabajo textil es una tendencia que continúa a lo largo del siglo? Si es así, ¿cuál es el futuro de la clase trabajadora cuando la organización sindical parece debilitarse?

Sobre la autora
Lilia Venegas Aguilera
Dirección de Estudios Históricos, INAH.


Citas

  1. Mario Camarena Ocampo, Jornaleros, tejedores y obreros. Historia social de los trabajadores textiles de San Ángel (1850-1930), México, Plaza y Valdés, 2001, pp. 202. []
  2. Ibidem, p. 19. []
  3. Ibidem, p. 175. []
  4. Ibidem, p. 33. []
  5. Ibidem, p. 152. []
  6. Ibidem, p. 168. []

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